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El día tan hermoso que hubo ayer, se esfumó por completo dejando un par de nubes negras pero a la vez, había una extraña calidez que mis poros anhelaban absorber.

— ¿Seguro que no quieres acompañarme? — Adler estaba mirando televisión. Tenía que hacer un par de trámites. Como buscar los medicamentos que encargué a la farmacia la semana pasada, alguna que otra cosa en el supermercado. Sé que no es la gran cosa, pero quizás le interesaba. Cualquier oportunidad de estar al aire libre aunque sea por unos momentos estaba bien —. Sé lo mucho que te gustan los días nublados...

— Me gustas más tú — acercó su silla a mí y me agaché para darle un casto beso en los labios. Sonreí acariciando sus mejillas esperando su respuesta —. Estaré bien. Sería genial si puedes abrir las puertas del balcón para apreciar un poco la vista. — Hemos gastado un dineral, todos nuestros ahorros y más, refaccionando la casa para que sea habitable mediante las necesidades de Adler.

— Bueno. Ahí veré si compro algo para la cena. Creo que hoy podríamos salirnos un poco de la dieta. ¿Qué te parece?

— Me parece bastante bien. — Me miró sonriente.

— Nos vemos. — Le di la mano y le dio un débil apretón.

Se largó a llover en el trayecto. Sonreí al recordar las miles de veces que alguna vez, Adler y yo bailamos bajo la lluvia. Había algo en ella que nos fascinaba.

Llegué al supermercado e hice las compras para la casa. Mis hermanos aún estaban ayudándome y no puedo estar más agradecida. Ahora, estos últimos días he podido retomar la escritura. Al principio no podía escribir ni una sola palabra, miraba el computador por horas. Sudor y lágrimas de por medio, llegó un momento en el que las palabras se derramaban en mi teclado.
No sabía exactamente de qué estaba escribiendo, ni siquiera si esto podría ser un libro como tal. Pero vaya que sirvió. Fue un alivio. Ese día llegué a borrar todas las planas que llevaba. Entendí que no era un libro. Era meramente desahogo de todas las cosas que sentía y quería decir, y que no decía por miedo, o por realmente no poder hacerlo. Porque siempre debería ser fuerte, ¿qué sería de Adler si yo me arrastrara por el piso? Por un momento llegó a ser sofocante. Pensé en recurrir a un especialista, al final nunca lo hice. No en esa época de mi vida.

Pasé por la caja registradora las últimas cosas y pagué la inmensa cuenta. Ese era tema aparte. Ninguno generaba dinero, al menos el dinero suficiente. Mi familia y la de Adler se unieron para pagar entre todos lo que fue la hospitalización y medicamentos los primeros meses. Ahora vivimos de los ahorros de lo que sería el viaje de nuestras vidas. Entré al auto y apoyé mi rostro contra el volante. Estaba sola y recién venía a darme cuenta de aquello. Lloré. Lloré y lloré. A veces salgo a caminar solamente para que no me vea llorando. No es algo que se me hace fácil controlar. Cualquiera me entendería si supiera mi estabilidad emocional.

El viaje de nuestras vidas...

— ¿Y pues dónde quieres ir? — Pregunté mientras observaba cómo se vestía.

— ¿Contigo? A donde tú quieras — volvió a besarme y casi se deja a llevar otra vez... pero debía ir al trabajo —. ¿Nueva Zelanda?

— Me muero si me encuentro esas monstruosas arañas, ¿o eso era en Australia? Esas que vuelan y son muy peludas.

— Ni idea, pero por ahí — dijo — ¿Perú? ¿Costas caribeñas? No sé si tu piel aguante un par de semanas expuestas a ese nivel de sol.— Tocó mi mejilla. Eso era cierto. Soy la clienta estrella de mi dermatólogo, el señor Paris.

— Una insolación asegurada. Aunque no lo descarto del todo — hice una pausa —. Siempre podemos estar bajo una sombrilla, untados en bloqueador solar.

Lo Feliz Que Soy A Tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora