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—Es un resfriado común y corriente. Pero en su condición puede agravarse, ni hablar de una infección intrahospitalaria. Estará bien. — Victoria intentó calmarme. Ash y Sally lo trajeron al ver que tenía una tos muy extraña y los colores se le habían ido del rostro.

— Gracias, chicos. — Los abracé suspirando por el gran susto que todo esto me había dado. Entré a su habitación y estaba descansando. Una hora después despertó y podría volver a casa en unas dos horas.

— Últimamente me esmero en ponerte los pelos de punta, ¿huh? — Preguntó apenas entré a la habitación. Tenía los ojos cerrados, no entiendo cómo supo que era yo quien había entrado — Podría oler tu aroma a merlot de cereza a kilómetros... Qué bueno que has llegado.

— Perdón por no haber llegado antes. Estaba con Kiara, una niña que va muchas veces a la semana a terapia intensiva — bajé un poco la voz. Sabía perfectamente lo que se venía, he intentando muchas formas de hacerle entender que todo sería por su propio bien pero no quiere escucharme —. ¿Sabes? No te haría nada mal ir allá... Necesitas de esa terapia. Tienes que mover tus músculos a pesar de no poder... darles gran uso. Aún así es fundamental, no es tan malo — el lugar es deprimente. No sé si es por las frías y escasas decoraciones o por la gente que notoriamente desearía estar en otro lugar —. He hecho amigos.

— No necesito ir a ese tonto lugar. Para eso Victoria trabaja, ¿no? Es lo mismo pero desde casa.

— Has estado muy encerrado últimamente. Tus salidas no pueden solamente ser al doctor.
— ¿Eso no es exactamente ir a Disneylandia, no? Prefiero pudrirme en mi colchón, que ver a muchas más personas sufriendo como yo.

— No todos tienen la misma mentalidad o lo llevan de la misma forma — odiaba conversar de esto, en una situación como esta, debía intentarlo una vez más. Cada vez sólo lograba malhumorarlo. Porque claro, como todos tiene días y días. No sé si es lo correcto. Pero sí sé que sólo busco y quiero con el alma lo que sea mejor para él —. Eso es bueno. Puedes encontrar una red de apoyo en ellos, un tipo de apoyo que ni siquiera yo puedo darte.

— No, no y no — su mandíbula estaba muy tensa. Me acerqué a él y acaricié su rostro para calmarlo. Luego de unos minutos, funcionó.

— Si no lo vas a hacer por ti, ¿podrías hacerlo por mí? — Soltó un largo suspiro y cerró sus ojos meditándolo — Una vez. Sólo una vez. Es más, podríamos salir con Kiara. Le prometí una salida al parque.

— Una salida. Una sola salida — cerrando sus ojos indicaba que no estaba de acuerdo. Espero que esto sea lo correcto, que cambie quizás (ojalá. Por favor) su mentalidad —. Creo que debo quererte mucho para hacer esto. — Tomé su mano y le di un apretón demostrando lo agradecida que estaba.

— Sé que te he persuadido con todo eso de "hazlo por mí" — dije —. Haz las cosas para que tú te sientas mejor. No para complacerme. Para que puedas sentirte mejor.

— Me sentiría mejor si tú te sientes mejor. — Levantó la mirada al techo, posteriormente cerrando los ojos. Me quedé observándolo un buen rato. Sus pestañas, lo mucho que me divertía encresparlas cuando éramos unos niños. Sus cejas, que a veces expresaban más que sus mismas palabras. Su mentón tan definido y su nariz esculpida a mano.

Qué triste. Me preocupaba quererlo tanto que mi propia salud y estabilidad se viera en peligro. Porque siempre intentaría hacerlo feliz, incluso cuando yo no quería hacer más que llorar. Y eso ha sido de esa forma desde que tengo memoria. Es aún más triste saber que él se siente de la misma manera. Porque te aseguro que así es. En sus días más oscuros, en esos que sólo quiere dormir, siempre intenta entablar una conversación. Para que vea que no está tan mal o desanimado. Poco (o mucho) sabía él, que lo conocía como la palma de mi mano.

Lo Feliz Que Soy A Tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora