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— La semana pasada te escuché decir que anhelabas comer un buen plato de pasta. Espero que aún tengas ganas. — Su brazo rodeó mi hombro por sorpresa mientras tomaba mi abrigo del perchero.

— Créeme cuando te digo que esta mañana comencé a ver al jabón de la ducha con forma de gnocchi. — reí entrando al auto. Obviamente, como el buen caballero que Adler era, abrió la puerta por mí — ¿Estás bien? Te noto algo callado desde que entramos al auto.

— Es que no puedo recuperarme de lo bella que te has arreglado esta noche. Sé que es un cliché o algo empalagoso decir que siempre estás bella, y es verdad, pero con ese vestido te ves realmente increíble.

— Gracias — respondí nerviosa, tímida y avergonzada —, te queda muy bien ese traje. Jamás te había visto con él.

— Estuve guardándolo por meses para una ocasión especial. Hoy por fin pude estrenarlo. — Por primera vez en mucho tiempo estábamos solos y eso nos asustaba. Aún somos bastante jóvenes, acabo de graduarme de la escuela, soy la menor de dos hermanos, entenderás que mi familia puede ser algo sobreprotectora respecto a cualquier tema que me competa. Adler hablaba de la extraña y repentina lluvia, yo del frío que había hecho la semana anterior; la última sección de noticias, cualquier cosa para evitar el silencio. Esos momentos vacíos de ansiedad en los que te preguntas si todo está yendo como debería. En los que no sabes si tienes algo en la cara o tu maquillaje se corrió y por eso te sientes tan observada.
Por fin, después de un largo trayecto llegamos al mejor restaurant de comida italiana de todo San Francisco.
Adler se bajó rápidamente del auto y antes de que pudiera decir una palabra puso ante mí un gran y bello ramo de flores. En él estaban todas mis flores favoritas, en su mirada todas mis respuestas. Hoy sería sin duda una noche para recordar.

La gente nos miraba con ternura. No era usual ver a dos jóvenes preguntar por su reserva en un lugar tan exclusivo. Adler se esmeró mucho para conseguir el dinero para la cena haciendo ayudantías y miles de trabajos extra en su universidad. Todo para poder disfrutar de este hermoso momento.
Nos atendió un amable señor y la noche comenzaba a fluir. De a poco teníamos más confianza, sabíamos de qué conversar y no temíamos disfrutar del otro.

La cita pasó más rápida de lo que me hubiese gustado: La comida estuvo deliciosa y lo mejor, obviamente fue la compañía. Pensé que aquí había acabado, cuando tomó mi mano repentinamente armándose de valor para volver a hablar.

— ¿Sucede algo? – Pregunté rompiendo el hielo — Gracias por la cena, estuvo increíble.

— Me alegra que te haya gustado, Mía — respondió no muy convencido. Como si eso no fuera lo que en realidad quería decir —. Llámame tonto, iluso, espero no espantarte;

— ¿Por qué habrías de espantarme? – Pregunté yo esta vez acariciando su mano en un intento de remediar el nerviosismo que sentía.

— Porque... de verdad pienso que lo nuestro será para siempre — sonrió aliviado por haber dicho lo que al parecer estaba rondando por su cabeza. Yo lo observaba sonriente —. No sé por qué. Sólo lo siento. Y sé que no me equivoco. Por eso, algo dentro de mí, insiste en que es momento de que tengas esto — de su bolsillo sacó una pequeña cajita de terciopelo y antes de que dijera algo me interrumpió —. No te voy a proponer matrimonio, no te asustes. Somos aún muy chiquitos. — Carcajeó como él solía hacer. De forma tan inocente y poco sutil, inmediatamente llamando la atención de los demás comensales. Finalmente abrió la caja y dentro de ella había un anillo que a simple vista era muy costoso, lo cual me asustaba. Pero eso no era lo más importante. Él decidió regalármelo. Era hermoso, con muchos diamantes y detalles microscópicos que lo hacían perfecto.

Lo Feliz Que Soy A Tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora