Prólogo

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Corría devastada por los pasillos del lúgubre hospital que había declarado que oficialmente mi mundo estaba de cabeza.

Fue un milagro que no tuviera un accidente antes de llegar acá. Pero es que realmente nada me importaba. Sólo quería verlo.

Mis manos temblorosas apenas podían llenar el formulario que una enfermera me había solicitado, las personas que esperaban pacientes me observaban con una intriga inmensa. Pero mayoritariamente con lástima.

"¿Qué le habrá pasado?" "¿A quién habrá venido a ver?"

— Por favor, necesito saber cómo está. Llevo media hora en este hospital y nadie ha sido capaz de decirme en qué estado se encuentra mi novio — sollocé viendo como la enfermera se afligía cada vez más al notar mi tristeza, a pesar de no poder hacer mucho —. Por favor...

— ¿Mía Hart? — Un doctor de unos cincuenta años preguntó buscando entre las personas.

— Aquí. — Me acerqué a él esperando una respuesta.

— Mucho gusto, soy el Doctor Brown. Doctor que ha estado observando el estado del señor Cox — revolvió un par de hojas buscando información bastante serio —. Adler no resistió... — bajó la voz y también su mirada. Si mi mundo hace un momento estaba boca abajo, ahora estaba destrozado — Lo lamento mucho. El impacto contra el camión fue muy grave. Falleció al llegar al hospital. Hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance.

— Adler... — una sola lágrima rodó por mi mejilla, queriendo pensar que esta era sólo una muy mala pesadilla, porque la vida no podría ser así. No podría arrebatármelo de esa manera, no en estos momentos — Adler, por favor necesito verlo — corrí hacia lo que creía que era el pabellón y dos hombres me retuvieron antes de llegar al marco de la puerta, rebalsada en llanto les gritaba pero nada parecía emblandecer sus corazones — ¡Adler! ¡Suéltame! Dios, por favor necesito verlo.

— Señorita en estos momentos tenemos órdenes de no dejar pasar a nadie. — A mi espalda sentí la voz de Alyssa, la madre de Adler. Me zafé de su agarre y entré a una habitación que era un poco más iluminada que el inerte pasillo, pero no por eso menos deprimente. Al ver la camilla supe que estaba en el lugar correcto.

Esa imagen jamás podré sacarla de mi cabeza.

Su cuerpo lleno de cortes por los pequeños vidrios del parabrisas, sus brazos y rostro amoratados y una hinchazón que hacía que su hermoso rostro fuera irreconocible.

Adler Cox yacía en esa camilla pero su alma ya estaba en el cielo.

Sabía en ese momento que mi vida jamás sería igual, que nada podría sacar esta pena negra que estoy sintiendo en estos momentos.

— Adler... — rocé sus hombros con la mayor delicadeza y enterré mi rostro en su cuello, como si mi llanto pudiese devolverme al amor de mi vida — vuelve... no me dejes aquí, te lo ruego. — No podía despegarme de él. Me aferré a su cuerpo porque era lo único que me quedaba de él.

Todo era borroso. Vi a los hermanos de Adler, a sus padres; a los míos... corrí a los brazos de mi padre buscando cobijo y alguna manera de salvarme.

— Hijita. — Fue lo único que pudo decir. Como si fuera una niña pequeña. Sus ojos llenos de lágrimas expresaban el dolor que sentía por mí, y por el integrante de la familia que hoy todos en este piso habíamos perdido.

En mi cabeza sólo veía lagunas, a veces se me olvidaba en el lugar que estaba, lo que había sucedido, hasta que caí al piso perdiendo la conciencia por al menos quince minutos.

Abrí mis ojos lenta y débilmente y una fila de doctores y enfermeras observaban cada movimiento que hacía, me levanté cuidadosamente y volví a desplomarme al entrar en razón. Esta vez un hombre me tomó por la espalda.

Lloraba como si mis lamentos pudieran ser escuchados, como si llorar pudiera devolverle la vida.
De la noche a la mañana el destino, la desgracia, me ha quitado a mi alma gemela.
Hoy. Hoy que me despedí de él antes de que partiera al trabajo. Hoy le cociné galletas para el postre con mucho amor a pesar de que probablemente su sabor sea horrible porque siempre he intentado cocinar pero nunca he sido buena. Él comería toda la bandeja únicamente porque la preparé con mucho amor.
Hoy besé sus labios sin saber que sería la última vez.

Pensé que un doctor iba a echarme por el escándalo que estaba armando pero sólo reunió a todos los familiares de Adler, esperaba un comunicado oficial, más detalles al respecto.

— Estimados, lamento profundamente lo que ha sucedido — ese comentario bastó para que la mayoría de los presentes volviera a estar en lágrimas —. Pero mi deber es informarles que ha ocurrido un milagro que ni siquiera la ciencia misma podría explicar — abrí levemente mis ojos y le presté atención al señor que estaba ante mí —. En realidad no tengo una hipótesis o manera de saber qué ha sucedido. Adler falleció por quince minutos, pero se aferró a la vida. Simplemente no era su momento. Inexplicablemente cierto — abrí los ojos como nunca y repentinamente sentimos alegría, si es que en realidad estábamos entendiendo lo que él decía —. Hay ciertos puntos que debemos aclarar... — oh, oh. Aquí viene lo malo, pensé — lo hemos inducido a un coma debido a la lesión cervical que sufrió en el choque. No es seguro que sobreviva, y si lo hace, quedará en estado de tetraplejia C5 por el resto de su vida. Pero hay esperanzas.

Hay esperanzas, las hay.

Lo Feliz Que Soy A Tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora