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Ya más calmada, paso a paso, con mucho esfuerzo y determinación, creo que las cosas finalmente iban bien. Aún estoy cansadísima y bastante estresada por la presión de todo lo que tengo que hacer, pero entendí que puedo apoyarme en Karina y Victoria, y lo más importante; que Adler estaría bien. Que no porque no me preocupe de cada cuidado que requiera no estaré ahí para él. Es más, llego a sentirme ridícula por haber pensado que estaría de cierta forma olvidándolo.

De vez en cuando lo veo, escribo con él mientras toma una siesta, cuando almuerzo (obligada) almuerzo a su lado, y honestamente lo veo muy divertido junto a las chicas, por lo que me tranquilizo un poco. Sé que está en buenas manos, que se preocupan por él de verdad, y eso no puede hacerme más feliz. Porque significa que estará bien, y que, cuando pueda, le dedicaré todo el tiempo que no he podido darle últimamente. Pero ya nada de ahogarse en charquitos, ni pensar que es el fin del mundo. Por ningún motivo debía permitirme desplomarme en el piso otra vez. Llegar a ese punto de estrés, ya no más. Lo tenía claro.

— ¿Irás al centro en la tarde? — Me posicioné en la espalda de Adler y besé su mejilla repetidas veces.

— Ya fui, Mía — carcajeó divertido —. Estabas tan ensimismada escribiendo, que no te quise molestar.

— Tú sabes que para mí eres lo más grande, jamás una molestia — sus tiernos ojos me observaban y yo sólo quería besarlo hasta quedarme sin respiración. Había algo en su semblante esta mañana. Adler suele ser muchas cosas... alegre, sensual, enamorado, malhumorado, cómico; hoy su brillo de estrellita resplandecía con ternura y bondad —. Iré al centro a pagar la mensualidad y vuelvo para ver si pasamos un pequeño rato juntos antes de que me ponga a revisar el libro, ¿ya?

— Ya, chiquita — estiró sus labios para que lo besara y sin dudarlo lo hice —. Ve con cuidado, que te vaya bien.

— Gracias. — Sonreí tomando las llaves del auto. Con esa misma sonrisa me fui pensando en él todo el trayecto al centro. Cuando me dice "chiquita" siento encogerme ante él, como si pudiera tomarme en su mano, y en realidad puede hacerlo. Siempre me ha cuidado, siempre he sido su chiquita.

— Hey, chiquita. ¿Me pasas las hamburguesas? — Preguntó prendiendo una llama de la cocina. Estábamos solos en casa después de la escuela y prepararíamos la cena para mi familia.

— ¿Chiquita? — Sonreí desconcentrándome dejando los ingredientes a un lado.

— Sí — asintió seguro de lo que dijo —, tú eres mi chiquita. Porque eres chiquita y me encanta la diferencia de altura que tenemos. — Adler era muy alto, a veces solía cuando estaba triste, acostarme a su lado y jugaba con su mano. Comparaba lo gigante que era en comparación a la mía. Me relajaba. Acobijarme junto a él me daba toda la paz que necesitaba. Me sentía a salvo.

— No soy tan chiquita — corregí lo que había dicho. Inminentemente tenía que mirar hacia arriba para verlo a los ojos —, tú eres muy alto.

— Para mí eres chiquita, así quedará tu apodo. — Me dio un beso y siguió con lo suyo.

— Como digas, pero no es cierto — refunfuñé volviendo también a nuestras labores. Maldije internamente por lo que debía hacer —. Adler. — Susurré.

— ¿Sí, chiquita? — Preguntó pícaro, sabía perfectamente lo que se venía.

— ¿M-Me alcanzas la pimienta? — Mascullé evitando su mirada.

— ¿Ah? No te he escuchado. — A este punto estaba gozando todo sobre la situación.

— No alcanzo la pimienta, está en el mueble de arriba — soltó una larga carcajada, me tomó de la cintura y me elevó para que yo misma pudiera alcanzarla —. Gracias.

Lo Feliz Que Soy A Tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora