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El tiempo es relativo. Ha pasado tan poco tiempo, pero siento como si hubiesen sido años desde el accidente.

Sólo han pasado siete meses. Ha pasado mucho, y este año ya casi estaba por terminar.
No logro asimilar los cambios en mi vida, a veces, siento que nada ha pasado, y que aún sigo a su lado. No podría equivocarme más.

— Wow, sí que hace frío. — Adler frotaba sus manos, las cuales traían unos mitones tejidos que habíamos comprado en el lugar.

— Creo que sólo a nosotros se nos ocurre acceder a pasar la navidad en Minnesota. — Carcajeé tiritando. Adler comenzó a frotar mis brazos para que lograra entrar en calor.

— Lo hicieron porque me quieren — Sally comentó integrándose a la conversación acompañada de su esposo Noah —, y porque el pequeño James en mi estómago le dijo a su mami que debía pasar una clásica navidad como en las películas.

— Y Noah Jr no conocía la nieve. — Habló Noah. El propósito de este viaje, fue pasar una navidad distinta porque Sally así lo quería. Estaba embarazada de su segundo hijo, por lo que mis padres y todos obedecíamos a sus ordenes, antes de que ardiera Troya.

— Fa la la la la, la la la la — la puerta se abre de golpe dejando que una gran pila de nieve caiga en la entrada, y también un ruidoso Ashton cantando villancicos completamente desafinado. Sarah a su espalda, cada uno llevaba de la mano a sus hijos con pequeños gorros navideños —. ¿A qué hora prepararás ese trago que tanto me gusta, hermanita? — Levantó sus cejas hablando sobre el famoso coctel de mamá, quien hace unos años me dio la misión de hacerlo cada navidad.

— Pronto, Ash. Pronto — respondí tomando la mano de Adler, quien me miraba divertido —. Sólo procura no quedar como Rodolfo el reno. — Las risas se hicieron presentes y él corrió a la habitación de mamá y papá, cada vez que se pasaba de copas, los colores se le iban al rostro. Y no era muy difícil que eso sucediera.
Así comenzamos a preparar la cena entre todos, con música navideña, cada uno con su propia labor. Posteriormente cenamos y todo salió de maravilla.
Los niños no durmieron hasta altas horas de la madrugada y fueron los primeros en levantarse y ver que el arbolito que había en la casa que habíamos arrendado, estaba lleno de regalos a sus pies.

— ¡Feliz navidad, chicos! Los amo. — Comenzó mi madre a abrazar a cada uno de nosotros con esa nostalgia y lágrimas de cocodrilo, como todos los años.

— Feliz navidad, papi. — Sally abrazó a papá y veo ante mis ojos una escena muy bonita: un bello momento familiar; nuestro momento. Sabíamos que nada habría de faltar si nos manteníamos tan unidos como siempre. Luego poso la mirada en ese chico con el cabello alborotado, y esos ojos que tanto adoraba, esos ojos que ya me estaban observando tener miles de ideas en mi cabeza.

— Feliz navidad, Adler. — Posé mis brazos al rededor de su cuello y suspiré al verlo aún observándome con tanto amor.

— Feliz navidad, preciosa. — Me besó y luego abrazó firmemente. Razones no nos faltaban para demostrarnos nuestro amor, en especial en fechas como esta. Adler era mi mayor regalo y lo sabía. Su compañía era ese impulso que me daba coraje para seguir avanzando y dando pasos firmes, afrontando cualquier desventura.

Conversamos y reímos en familia hasta largas horas de la madrugada, a pesar de que los niños ya se hayan ido a dormir con la esperanza de despertar más rápido y ver si Santa Claus les habría dado un regalo. Y no fue uno solo, fueron muchos.
Nos esmerábamos en poder darles unos buenos regalos todas las navidades porque eran los niños más agradecidos, responsables y tiernos del universo.

Lo Feliz Que Soy A Tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora