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El dolor es algo con lo que uno aprende a vivir. Situaciones vividas que dejaron (para tu mala suerte) una huella en ti, que no puedes borrar por más que lo intentes...

Esa que aparece en tus pesadillas...

Esa fue la que me dejó Adler Cox clavada en el corazón con miles de espinas, moribunda y llena de dolor. Sabía que jamás podría superar ese dolor que me hizo, que me hará sentir.

Porque nada sería peor que ver al amor de mi vida traicionándome ante mis propios ojos.

No podía entender por qué había hecho esto, por qué no había sido lo suficiente para él. Jamás en toda mi vida lo hubiese esperado, con lo que lo amo, con el amor y dedicación que lo cuidé siempre; con las miles de historias que vivimos juntos y que estábamos por crear. Aún no logro sacar las palabras, ni creo que lo haré en mucho tiempo, por ahora sólo estoy muerta en vida. Por ahora, aún no creo que nada de esto sea real, que fue una pesadilla de aquellas, viendo cómo la besaba de manera voraz, con la misma intensidad o incluso mayor que cuando solía besarme, esa mirada que desde ese momento cambió todo lo que alguna vez sentí por él, su mirada era tan diferente. Se convirtió en una persona completamente distinta a la que he conocido toda mi vida, ajeno a sus ojos de estrella que en esos momentos se veían apagados, esos labios que ya no esbozaban su encantadora sonrisa y ese aroma tan peculiar que siempre me haría sentir como en casa.

Llegué a lo que solía llamar casa para finalmente poder desahogarme, llorar, gritar... nada importaba, estaba sola. Y no lo digo porque no hay nadie en el lugar, estoy sola, porque mi único abrigo, mi persona, me ha abandonado.
¿Qué se supone que debes hacer cuando tu persona te abandona?
Abrazaba su almohada intentando impregnarme de su olor, de la esencia del chico risueño que alguna vez conocí, ese que no se rindió y ganó la batalla; ese que me hizo tan feliz. Pero salí de la habitación sin encontrar nada y con el corazón aún más roto.

Sentí la puerta de un auto y fue en ese momento cuando supe que había llegado. Inmediatamente observé por la ventana del segundo piso y era Karina quien lo había traído hasta acá. No quería verlo, no podía resistirme a ir y abrazarlo como si nada hubiera pasado, preguntarle qué gustaría para cenar, siendo que ha sido todo lo contrario y que esto cambia las cosas para siempre.

Bajé rápidamente al sentir sus ruedas, dudé en enfrentarlo, estaba escondida con la espalda en la pared en uno de los pasillos, ya con lágrimas en los ojos y la respiración más que agitada.

— ¿Mía? — Llamó mi nombre, me quedé muda — Mía, por favor dime que estás aquí — volvió a llamar. Tapé mi boca con mis manos intentando ahogar los sollozos que involuntariamente tenía —. Sé que estás aquí. Amor, por favor, hablemos.

— ¿Amor? — Pregunté extrañada asomándome asustándolo — ¿De qué quieres hablar?

— De cuánto lo siento.

— Oh, no. No — negué con una carcajada llena de ironía ante sus palabras —, Adler Cox. No vas a venir a decir discursos baratos ante tal situación. Es más, no quiero hablarte, tus acciones te definen. Tus acciones ya hablaron por ti.

— Mía, eso no es cierto — su voz comenzaba a quebrarse y fue en ese momento en el que me alejé en un segundo, no iba a chantajearme tan fácilmente —, en verdad lo lamento.

— ¿Lamentas que una cualquiera te haya meneado el culo y que eso haya sido justa razón para engañarme? — Volví a mirarlo a los ojos y pensé que su mirada de arrepentimiento lograría ablandar mi corazón, pero no lo ha logrado.

— Victoria es una buena chica. — Sí, en verdad dijo eso.

— ¡No repitas ese nombre, me dan arcadas! — Chillé con la sangre a punto de hervir, comenzando a temblar sacando todo el valor que jamás pensé que tendría para enfrentarlo — No puede ser... — suspiré entendiendo todo — ¡Te gusta! Mierda, Adler. Estás enamoradísimo de ella. Por eso llegaban tarde a todos lados, por eso esas salidas al cine, al centro comercial... ¡Para que pudieras coger a gusto! — En ese momento me quebré, no me importó que me viera tan frágil, porque no podía controlarme, no podía controlar las miles de emociones que sentía. Lloré tan vulnerablemente, destrozada, él intentó acercar su silla a mí y retrocedí inmediatamente — Di... daría mi vida por ti. No, no vengas a consolarme ahora. — Fue en ese entonces cuando dijo la frase que nadie en esta situación quiere escuchar, porque sabemos que eso no es así.

Lo Feliz Que Soy A Tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora