Cap 2.

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Deslicé los rasgados y claros jeans ajustados por mis muslos, para luego sacar con algo de brusquedad la camiseta verde oscuro de mi closet. Me vestí con ella, y finalmente cubrí mis pies con las converses negras que tanto amaba usar.

Un último vistazo a mi cabello, acomodando el flequillo. Un retoque a mi poco maquillaje y... Estaba lista.

Había despertado aquella mañana con tanta pereza, que estuve a punto de renunciar a respirar. La planta de mis pies dolía un poco y sentía los párpados pesados, como para cerrar los ojos y golpearme con cada cosa que me cruzara en el camino, pero no los abriría.

La noche anterior había sido una pesadilla para mí. Trabajé como si fuese sirvienta de una gorda enferma, complaciendo esta vez a una estúpida y barata estrella de punk. Me había ensuciado con jalea en el proceso y encima... Había olvidado aquella salida con mi mejor amigo.

-Taylor.

Murmuré al coger el teléfono y marcar su número.

Me prometí a mí misma llamarle la mañana siguiente, es decir; hoy, e invitarle a desayunar en la cafetería que quedaba a dos cuadras de mi vencindario.  Quería disculparme personalmente y nada mejor que unas galletas y un café para acompañar una ronda de "Perdón, rulos". Creía que eso era suficiente, en incluso bueno para ambos.

No podía fallar, sólo debía decir que...

-¡Sí!, grandioso. Nos vemos en quince minutos ahí. No vistas de amarillo, Tay.

Colgué la llamada y guardé el celular en uno de los bolsillos delanteros de mis pantalones, después de esconder unos veinte dólares en el forro del mismo. Mi lugar preferido para guardar dinero.

Revisé que mi delineado estuviese parejo y entonces me di la vuelta, buscando las llaves de aquella pequeña casa y saliendo por la puerta, al cruzar la sala de estar.

Hacía calor esa mañana, y comenzaba a sentir la amenaza de gotas de sudor para mi pollina, por lo que maldije para mis adentros no tener un auto.

Siempre soñé con tener uno, un bonito y sencillo automóvil, no importaba si fuese pequeño y viejo. Sólo quería algo veloz y que no me hiciera sentir al famoso calentamiento global. Pero para mi desgracia, no tenía el dinero suficiente para comprar uno. Apenas y me alcanzaba para pagar los gastos de mi casa, la comida y alguna que otra de mis necesidades. ¿Caprichos que satisfacer? ¿Qué es eso? En mi mundo, era imposible pensar en ello. Quizás y ésa era la razón de mis tan despreocupados gustos por la moda. 

Crucé en eso la última esquina antes de llegar y caminé hacia la cafetería, para luego abrir la puerta de vidrio y suspirar, sintiendo el aire acondicionado refrescar mi rostro.

Pasé una mano por mi frente, por debajo de mi flequillo para deshacerme de la poca humedad. Y entonces lo vi, vestido con una fea camiseta amarilla, sonriéndome ampliamente, como sólo él sabía hacerlo.

-¡Pero qué horrenda franela, rollos!

Le saludé cuando éste se levantó y se acercaba a mi encuentro. Una risa se escapó de sus labios y no pude evitar sonreír cuando noté que los rulos en su cabeza rebotaron.

-¿Perdón? Lo dice la duende de Navidad. ¿Cuándo vas a darme aquel astronauta de pequeña escala que te pedí a los ocho?

Rodé los ojos ante su chiste sobre mi cabello rojo y camiseta verde.

-Es Santa quien los entrega, bobo. Y tú sólo mereces un café... Y una disculpa.

Mordi mi labio inferior, sintiendo los nervios y culpabilidad inundar mi garganta y bajé la mirada, mirando mis zapatos y cruzando mis brazos.

Interlude; She.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora