Cap 29.

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«2 Meses Después»

Doy un chasquido con mi lengua, viendo dos minúsculas gotas de saliva escaparse de mis labios y perderse en el aire.
Golpeteo frenéticamente la puerta de madera, con las pocas uñas que quedaban incrustadas en mis manos y espero unos segundos sin obtener respuesta alguna.

Suspiro, sabía que él estaba en casa.

-¿¡Por qué no quieres abrirme!?

Grito con voz quebrada, mientras se forma un nudo en mi garganta que no logro detener.
Encuentro el sol con mis ojos, y noto el ardor entumecer los mismos, obligándome a bajar la mirada hacia la sucia alfombra verde en la entrada de dicha fachada.

La molestia en mi tráquea comenzaba a transformarse en unas incesantes ansias de llorar. No entendía qué sucedía.

-Por favor, sé que estás ahí...-cierro mis ojos unos momentos, dejando caer mi frente contra la madera de dicha abertura ahora bloqueada- Por favor... Billie, abre.

-¿Señorita?

Una voz surge a mis espaldas, y automáticamente me doy la vuelta, entrecerrando levemente mis ojos ante los rayos del sol.

-¿Quién es usted?

Pregunto, mientras observo a un anciano de aproximadamente unos cincuenta y nueve años de edad, vestido con una bata vinotinto larga, y pantuflas negras. Sus cabellos blancos relucían casi fluorescentes cuando el resplandor hacía reflejo en su calva.
Le miré curiosa.

-¿Está buscando al joven que vive aquí?

Asiento, un tanto dudosa. Arrugas se formaban al lado de las comisuras de sus labios, mientras mutaba su semblante en una mueca.

-Él no está ahí, señorita. No ha vuelto desde hace cuatro días.

Escucho aquello en casi un eco, y miro mis pies. Suelto un gemido en desagrado, sintiendo un gran vacío inundar mi estómago.

Echo mi cuerpo hacia abajo, cayendo sobre los escalones del porche de su casa, doblando mis piernas frente a mi pecho, y escondiendo mi cabeza entre ellas.
Cierro mis ojos con fuerzas, saboreando la sal que comenzaba a deslizarse por mis mejillas.

No entendía porqué no estaba, porqué no sabía de él.

Llevo mi grasoso cabello hacia atrás, sin elevar mi cara de entre mis rodillas, analizando lo que había ocurrido durante todo este corto tiempo.

Hace exactamente un par de meses me encontraba en el más grande de los paraísos. Mi vida iba en el rumbo correcto, y estaba increíblemente agradecida de que fuese así.

Paramore había conseguido su contrato con la disquera, y ya comenzaba a presentarse formalmente como dicha banda, frente algunas aperturas de importantes tiendas.
Habíamos tocado para varios recitales. Algunos shows en el Central Park. Varias noches en distintos clubes.
Íbamos en buen camino, cada vez tomando mejor el interés del público quien acudía en mayor cantidad conforme se sumaban nuestras apariciones.

Paul estaba muy contento con nosotros, y decía que estaba seguro de que nuestro éxito sería grande, sólo debíamos continuar como estábamos haciendo.

Todos estábamos en bastante tranquilidad y sincronía en el grupo. Jeremy y Taylor habían aceptado con rapidez la relación que Billie y yo manteníamos, haciendo bromas de vez en cuando para que manipulara al ojos verdes y conseguir una presentación con Green Day. Nunca les hice caso, por supuesto.
Zac se mantuvo alegre por mi decisión y alentaba a seguir con ella. Incluso Josh, quien se mostró extrañamente calmado y en acuerdo con ello.

Varias canciones surgieron en las semanas, y empezábamos a grabar varias de ellas, con el sueño de formar los temas para quizás, el primer álbum.

Estaba bastante entusiasmada.
Y más con él a mi lado.

Billie, por su parte, era el perfecto complemento que faltaba.
Las cosas con él estaban mejor que nunca, y parecían nunca dejar de avanzar.

Él estaba prácticamente todo el día a mi lado.
Se la pasaba en primera fila en todos y cada uno de los espectáculos que brindábamos, siempre pendiente de mí.
Se volvía loco cada vez que bajaba del escenario y gritaba sobre mis labios cuán "jodidamente magnífica había estado".

Nos íbamos a comer a cualquier parte y luego uno de los dos dormía en la casa del otro. Nos la pasábamos la noche entera hablando sobre nuestros intereses y pasados, conociéndonos cada vez más.
Y cada vez que iba adentrádome a su cabeza, más maravillada me encontraba.

Estaba bastante enamorada de él, y él de mí.

O al menos eso creía, hasta hace cuatro días.

Hace cuatro días en los que no he recibido ningún mensaje de él, ninguna endemoniada noticia suya, ni alguna visita. Nada. Incluso las noticias parecían haber borrado su nombre.

No entendía qué rayos había pasado con él. Ni los de su banda; Tré y Mike, ni el mismo Paul estaba al tanto de dónde estaba, ni qué ocurrió.

Era como si de pronto, cada rastro suyo hubiese desaparecido, de la nada.

134 mensajes, y 60 llamadas, todos y cada uno sin respuesta. Sumando los que sus amigos enviaban, se formaba una cantidad alarmante de señales que lanzábamos a Armstrong, sin alguna novedad.

Estaba tan preocupada que ni hambre sentía, desde hace dos días, en los que tampoco lograba concebir el sueño.
No comprendía, cómo de pronto no le encontraba, si no había hecho algo mal.

No, definitivamente no hice algo mal, de eso estaba segura.

Pero él no aparecía.

Mi estómago se tuerce en un rugido lleno de nervios y angustia. Ya me había acostumbrado a esa sensación cada vez que aquel pensamiento se cruzaba por mi cabeza.

En mi pecho, aún albergaba la esperanza de que él se encontrara bien, sea lo que sea que tuviese.

Esperaba verlo pronto, saber algo de él.

El rechinar de unas ruedas de algún automóvil me saca de mis pensamientos, y alzo mi rostro al detectar lo cerca que el sonido se había percibido.
Levanto mi ceja ante una camioneta negra que se situaba frente a mis ojos, deteniéndose justo en la zona de esta residencia.

La puerta brillante de este auto parece separarse de su lugar, y es cuando un cuerpo se baja de este móvil.

Entonces mi corazón se detiene de inmediato.

Era él.

Interlude; She.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora