Nueva York es ruido. Es de esas clases de lugares de los que amarías escapar, y a la vez permanecer por siempre. Nueva York es, en teoría, el grito de desesperación, y a la vez de emoción que profieres desde tu más callado, misterioso y oculto rincón de tu sedienta alma.
Es esa clase de monotonía nada cliché, que te absorbe por completo para buscar la manera en que... Ya estoy hablando idioteces.
Sacudi mi cabeza.
-¿Y... todo bien?
Pestañeé varias veces, retirando de mi vista, algunos mechones de los cabellos largos que caían de mi flequillo. Le dirigí una sonrisa ladina al chico de ojos cafés que me miraba entonces con curiosidad, pero que de igual manera me correspondió sin dudarlo.
-Sí, sólo pensaba tonterías.
Respondí con alguna pequeña risa por compromiso saliendo de mis labios, mientras desviaba la vista hacia las tiendas que pasaban como fantasmas a mi lado derecho de aquella calle por la que caminábamos rumbo a mi trabajo.
-¿Has estado escuchando algo de lo que te he estado hablando, Nichole?
Abrí mi boca ligeramente, y alzando mi mano libre, golpee sin fuerzas su hombro.
-¡Taylor!
Me quejé como niñita malcriada, y recibí sólo una carcajada sonora de su parte.
Él sabía cuánto odiaba que pronunciaran mi segundo nombre, y aún así llevaba violando esta regla desde el primer año de secundaria, donde nos conocimos en clase de música.
Taylor pequeño tocaba una guitarra bastante desafinada, y yo, una Hayley pequeña, cantaba cualquiera de Joan Jett. Él se acercó y me saludó, sudando como puerco al mismo tiempo que sujetaba con dificultad su acústica, temblando notoriamente.
Supe que le gustaba en ese entonces, y él sabía que yo había descubierto su pequeño secreto-no-tan-secreto. Pero a pesar de que yo nunca correspondi a sus sentimientos, continuamos lanzándonos papeles llenos de saliva en clases, y riéndonos de los profesores cuando preguntaban quién había hecho tal asquerosidad. Nunca nos atraparon. Nunca fui muy femenina.
Tiempo después, él aseguró haberme superado, y hasta ahora, aún gozo de sus extraños gestos al reír y su asquerosa manera de comer, siendo aún ése mejor amigo-hermano que tanto necesito.
-¿Y qué piensas de ir hoy a las ocho por unas papas fritas y una soda?
Lo miré y sonreí, asintiendo.
-Me gusta.
Taylor sacudió sus manos con emoción exagerada, luciendo como un extraño mono psicópata que tanto amaba imitar, y que a mí tanta risa me causaba dado a la forma en que sus rulos rebotaban alrededor de su enorme cabeza.
-Entonces, hoy a las ocho en Christie's. ¿Ja?
-Ja.
Cité como respuesta a nuestro "sí" en sueco, siendo nuestra propia "clave" para hablar.
Él asintió y luego miré al frente, observando no tan lejos, cómo las luces de neón, que mostraban un "BrossBar" en rosa chillón, iluminaban uno de los lugares más recónditos y finales de la 5ta Avenida.
Ése era el rincón donde trabajaba como mesera, desde ya hacía un año y tres meses, tomando el turno de la tarde; que comenzaba desde las tres, hasta las ocho de la noche, pero que a veces se extendía hasta las once, cuando habían demasiados clientes.
Aquel establecimiento era ruidoso, y algo desordenado, pero sin embargo nunca peligroso. Eso era bueno. Me gustaba estar ahí.
Me detuve frente a la puerta de la entrada, y tomé mi bolso con ambas manos.

ESTÁS LEYENDO
Interlude; She.
Hayran Kurgu"El que haya dicho que el amor es complicado, se ha equivocado como la mierda. El amor es el simple jodido sentimiento correspondido por el otro, es ser feliz con eso. ¿Lo complicado? Nosotros, y nuestro maldito masoquismo de escoger a quien jamás...