8. Te odio.

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                           8. Te odio.

—¿Morir quemada o comer gusanos durante una semana? —desafió Kai y fruncí el ceño mientras cogía una palomita del bol que sostenía.

—Definitivamente la muerte. —Kai levantó una ceja mostrando su total desacuerdo.—¿Podrías alimentarte durante una semana de gusanos? Prefiero morir quemada a morir de asco.

—Solo moriría metafóricamente de asco, tras la semana podría seguir con mi vida —intentó defender su posición.

—No lo cr...

—¿De verdad? ¿Quedáis para hablar de si preferís comer gusanos o morir aplastados? —Charlotte apareció en el salón, mirando al sofá donde Kai y yo llevábamos sentados durante media hora.—Creo que alguien necesita ir al psicólogo y no soy yo... Ya sabéis... Cucú. —Llevó uno de sus dedos a la altura de su sien y lo movió circularmente mientras pronunciaba esta última palabra, insinuando que estábamos locos.

—Es morir quemado —Kai le corrigió sin prestar atención a las demás palabras y Charlotte le quitó importancia realizando un gesto con la mano.

—Lo que sea, no está entre los tópicos a destacar en una cita. —Se cruzó de brazos, casi ofendida porque no estuviésemos besándonos o teniendo sexo sobre su sofá de cuero.

—Esto no es una cita. —El brazo de Kai me rodeó en cuanto terminé mi frase.

—Lo es —contradijo él.

—No lo e...

—Lo es —volvió a afirmar mientras le miraba entre divertida y confusa.

—No lo es.

—Vale, no lo es. —Guiñó un ojo exageradamente y asintió, mostrando una contradicción a lo que acababa de decir.

—Vale —Charlotte habló en su sitio—. Necesito salir de aquí antes de que alguno me pegue... No sé, la enfermedad que sea que tenéis que al parecer les afecta al cerebro.

—Esto no es una cita —volví a contraatacar cuando Charlotte dejó la habitación. Kai se echó hacia atrás en el sofá mientras me miraba.

—¿Qué más da, M? ¿Acaso no te gustaría?

—No es que no me...

—¿Te gusto? —inquirió incorporándose de nuevo y mirándome ahora con una sonrisa coqueta en sus labios.

—Vaya, eso ha sido muy directo —mascullé avergonzada y se encogió de hombros.

—Es como soy. Ahora, responde.

—No... No lo sé —no pude evitar tartamudear, en estos momentos Kai me resultaba intimidante—. Supongo, ¿no?

—¿Supones? —Kai rió ante mi absurda contestación y me mordí el labio nerviosa, para no echarme yo también a reír.

—Te diré algo, tú a mí sí me gustas. —Abrí los ojos ante su confesión y estoy segura de que mis mejillas se pusieron rojas, incluso moradas.—¿Qué problema hay con ser claro? Me gustas, te gusto, esto es un cita.

—Pero...

—Ah, ya lo pillo —me interrumpió y fruncí el ceño—. Tú eres de esas que si no la llevan a cenar a un sitio especial y la dejan luego en casa tras un beso de buenas noches no lo considera una cita.

—Sí, llevas razón —mentí notoriamente divertida.

—¿Te gustaría tener una cita en condiciones conmigo, Mickie Irwin? —Se arrodilló ante mí como si fuese a pedirme matrimonio.

Rebeldía II. (Luke Hemmings)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora