37. Sueños

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¿A dónde vamos las personas cuando dormimos?

Diana una vez me dijo que al dormir vivimos otra vida de la cual nuestros sueños son los únicos recuerdos que tenemos. A pesar de que al principio estuve de acuerdo con ella, su teoría dejó de tener sentido para mí el día que tuve mi primera pesadilla: donde los monstruos salían del armario y me perseguían por toda la casa para acabar conmigo.

Algunos años bastaron para que esa teoría fuera puesta en duda otra vez ya que, si en esa supuesta vida los monstruos pudieron romperme, era probable que en esta el dragón me alcance.

Hace dos días terminó el trasplante. Me desperté un poco mareada media hora antes de que el proceso terminara. Estaba un poco asustada porque me dolía el pecho, sin embargo, al ser una molestia soportable, me quedé acostada observando a la enfermera que supervisaba que todo estuviese bien.

Cuando terminó todo terminó, me trasladaron a otra habitación para evitar contraer una infección además de que tengo visitas restringidas.

Mi tía es quien me ha estado acompañando ya que mi madre sigue en reposo. Utiliza una mascarilla, lleva un gorro cubriendo su cabello, viste una bata y unos raros zapatos de tela. De no ser por sus característicos ojos oceánicos, la habría confundido con una enfermera.

Los malestares no tardaron en llegar a mí. Vomité mientras luchaba contra el dolor que la profesional argumentó que eran efectos secundarios del trasplante por lo que, siempre y cuando se controlasen a tiempo, no había problema.

En los dos días que han pasado me he sentido mejor. Sigo tomando medicamentos y he sido felicitada por los médicos por guardar mucho reposo.

Mentiría si dijera que no estoy ansiosa por saber si el dragón fue exterminado. Le he preguntado a cada doctor que ha entrado a examinarme si ya estoy curada, pero sus respuestas son que eso lo sabremos en algunas semanas.

Ahora mismo, mi tía está durmiendo en la silla que está en la esquina del cuarto y yo estoy jugando con mi tablet. Sé que es imposible que ella duerma bien aquí ya que, a diferencia de la anterior habitación, no hay un sofá.

—Si me curo, le diré a mamá que quiero aprender a pintar uñas —murmuro sin quitar la mirada de la pantalla, donde estoy jugando un juego de manicura—. Podría ser manicurista de día y detective de noche, toda una maravilla. —Suelto un chillido emocionado, acción que provoca que mi tía se remueva en su lugar.

El sonido del celular notificando una llamada entrante capta mi atención y la de mi tía, quien abre sus ojos y busca su dispositivo en su cartera blanca.

—¿Hola? —inquiere con la voz adormilada luego de posicionar su celular contra su oreja—. ¿¡Cómo!? ¿Estás con tu madre? —Se levanta de golpe de la silla, apretando fuertemente el aparato electrónico—. Estoy con Alyssa y no puedo bajar, llámame cuando tengas novedades.

Cuando la llamada termina, veo a la adulta teclear de una manera rápida con la vista fija en la pantalla del móvil. La preocupación ha sustituido la pereza en su expresión y cada uno de sus movimientos señala que acaba de recibir una mala noticia.

—¿Qué pasó? —pregunto en un intento de saciar mi curiosidad.

—No es nada, cariño —dice sin mirarme—. En un rato vamos a cenar.

No protesto ante el evidente cambio de tema. Papá me dijo una vez que está mal escuchar llamadas ajenas, por lo que decido no indagar más al respecto.

—¿Sabes cuándo podré ver a mi mamá y hermanos? —pregunto, anhelando que me diga que será pronto.

Responde lo mismo de siempre: eso lo deciden los médicos.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora