36. Batalla

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El gran día había llegado. Ese día tan importante y decisivo para mí. El día en el que más que nunca deseaba que todo saliera bien.

Me encontraba en la habitación habitual siendo preparada para someterme al proceso que nos ponía tan nerviosos a todos. Mi tía me acompañaba mientras que los doctores se encargaban de hacer el último chequeo antes de llevarme a otra parte del hospital.

No había visto a mi madre en todo el día ya que ella estaba preparándose por su cuenta para el proceso y tampoco a mi hermano, quien no visitaba el hospital desde que discutió con mi madre. Por su parte, ayer mi hermana se sometió a lo que ahora se que se llama aborto y tuvo fuertes complicaciones que la hicieron terminar en terapias intensivas.

Cuando mi tía soltó esa terrible noticia, supe que no podría verla antes de mi operación.

Escuchaba atenta todas las palabras que los doctores se compartían entre sí. Los susurros de mi tía brindándome palabras tranquilizadoras no faltaban, pero aun así se me hacía imposible mantenerme completamente calmada cuando me comenzaron a cambiar la pijama por una horrible bata de hospital o en el momento que inició el recorrido en la silla de ruedas en dirección al sitio donde se llevaría a cabo el trasplante.

Una habitación blanca con azul que no pude detallar cuidadosamente gracias a los nervios que cada vez crecían más.

Ahora mismo, estoy acostada en la camilla viendo como los enfermeros y médicos teclean los artefactos. Tengo una intravenosa en mi muñeca y una cosa rara en mi nariz.

No me muevo, temo que hacerlo pueda afectar el procedimiento médico al que me someterán. Siento un nudo apretarse en mi garganta, trago fuerte reprimiendo los mil sollozos que anhelan salir y aprieto mis ojos provocando que las lágrimas salgan.

Recuerdo perfectamente lo dolorosos que han sido los tratamientos, lo horrible que fue ver mi cabello comenzar a caerse y la espantosa sensación de la máquina siendo desplazada por mi cabeza. Tengo muy presente lo triste que es mirar las cicatrices en mi brazos y sé todo el sufrimiento que la leucemia le ha causado a mi familia.

No olvido mi vida antes de ser diagnosticada y es obvio que quiero recuperarla.

Comienzo a sentir los ojos pesados y, aunque lucho contra el sueño, termino cediendo.

¿Podré yo, Alyssa Weber, volver a despertar?

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora