33. Calendario

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Casi dos meses después.

Aprendí a utilizar el calendario cuando faltaban exactamente diez días para navidad. Creo que mamá estaba un poco cansada de qué le preguntara cuántos días faltaban para recibir los regalos que Santa Claus tenía para mí, así que no dudó en explicarme cómo entender el cuadro con números que colgaba del refrigerador.

Con mi plumón rosa, me encargué de marcar cada día que pasaba en aquella hoja con innumerables cuadros y números, mientras que, con mis dedos, contaba cuántos días faltaban para que fuese veinticinco de diciembre.

Oliver y mamá se hicieron cargo de decorar la casa con adornos navideños además de armar el gran árbol que tenía una estrella en su punta. El dieciséis de diciembre dejé la carta dirigida al anciano con traje rojo en una de las ramas del árbol falso, le pedí una muñeca que llora de verdad y una casa de princesas.

Cada día al levantarme lo primero que hacía era caminar hasta el árbol para ver si Papá Noel se había llevado mi carta, sin embargo, la decepción me azotó muchas mañanas al descubrir que el sobre seguía de la misma manera en la que lo posicioné el primer día.

Taché seis días en el calendario de la cocina antes de que la carta desapareciera, indicando que su remitente ya había venido por ella. Mi emoción el veintidós de diciembre fue incomparable, cada día estaba más cerca de recibir mi recompensa por portarme bien todo el año.

Tres días más fueron tachados hasta que llegó la navidad. El anciano de traje rojo me obsequió una muñeca que llora, pero no de verdad, y un libro para colorear. Estuve toda la mañana jugando e ignorando a mis familiares quienes veían una película navideña en la sala de estar.

Los días siguieron pasando hasta que el año nuevo llegó y me golpeó el darme cuenta de que mi padre no había venido a visitarme en una fecha tan especial.

Me pareció irreal revisar el calendario y descubrir que tenía más de un mes sin verlo. Lo extrañé. Extrañé su abrazo, sus anécdotas en la cena de año nuevo y los juegos que inventaba para mantenerme despierta hasta que el reloj marcara las doce.

Lloré mucho y, a pesar de eso, nadie pudo decirme cuándo volvería a verlo.

Por otra parte, Oliver me pidió que grabara muchos videos dando las gracias a las personas que donaban cosas necesarias para mis tratamientos; cosa que con gusto hice.

Vimos a mamá quitarse algunos gastos de encima, pero nunca la vimos dejar de llorar. No sé exactamente cuál es la razón de su llanto, pero me incomoda mucho preguntarle o abrazarla. No tengo idea de cómo consolarla y mientras que ella es una experta en consolarme.

Ya empecé la serie de nuevos tratamientos que debo llevar a cabo los siete días antes del trasplante. Para mí cada día son más intensos, dolorosos y agotadores; es increíble como algo que tiene el poder de curarte te haga daño en el proceso.

Ayer Jessie fue a hacerse unos análisis para determinar si pueden o no acabar con su embarazo y volvió con una sonrisa al recibir unos resultados positivos. Gritó con emoción al darse cuenta de que el tiempo internada, tomando diferentes vitaminas y siendo supervisada al comer valieron la pena para ella. Mamá le recordó que sigue siendo un riesgo enorme realizar el procedimiento y que, si todo sale bien, tendrá que visitar a un terapeuta después.

—Quiero ropa de Rapunzel, juguetes de Rapunzel, una mochila de Rapunzel —Hago una pausa para respirar profundo antes de proseguir—, zapatos de Rapunzel, accesorios de Rapunzel, sabanas de Rapunzel y un cabello como el de Rapunzel.

Mamá está frente a mí dándome de cenar. Ya yo sé cómo comer sola, pero me gusta ser consentida y le pido a mi progenitora que me alimente como si fuese un bebé. Además, ella prefiere hacerlo para evitar que el piso termine comiendo más que yo.

—Aunque me conformaría con el cabello de Blanca Nieves —murmuro antes de que el avioncito aterrice dentro de mi boca.

Mamá ríe y niega con su cabeza mientras coloca el plato en la mesa para luego extenderme un vaso de jugo.

—Podrás tener el de Rapunzel algún día.

—¿Crees que sí volveré a tener cabello? —inquiero en su dirección, anhelando que diga que sí—. Todas las princesas tienen un lindo cabello y todas las niñas también.

Mamá se enfoca en que me coma todo en medio de nuestra charla. La veo clavar en mí su mirada azulada y esbozar una media sonrisa.

—Cuando te cures, volverá tu hermoso cabello —afirma.

—¿Me voy a curar? —Continuo anhelando un sí de su parte, pero no obtengo ninguna respuesta.

No me quedará más que tachar cada día del calendario hasta que en una fecha incierta logre tener el cabello como Rapunzel o, en el peor de los casos, ya no pueda tachar nada.


Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora