20. Mece la cuna

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Me levanto de golpe cuando siento el líquido con mal sabor en mi boca. Expulso con asco el río que regresó por mi garganta y toso repetidas veces intentando no ahogarme con el mismo. Siento mis ojos humedecerse al tiempo en que un fuerte nudo aprieta tanto mi pecho y cuello haciendo obvias las ganas que tengo de llorar.

Vomité sobre mi ropa, las sábanas blancas y sobre el piso gris.

Escucho que mi madre se levanta del sofá y se acerca a paso apresurado hacia donde estoy. Yo dejo salir un fuerte llanto cuando siento su mano tocando mi espalda de forma tranquilizadora, me siento muy cansada y molesta por haber despertado de esa manera. Hice con el vómito un completo desastre y detesto eso.

Vomitar es de las cosas más horribles que existen.

—Alyssa, está bien. —El tono suave de la voz de mi madre me ayuda a calmar mis lágrimas y sollozos—. Estarás bien, cariño. Relájate y respira, por favor. Vamos a limpiar todo esto. —Asiento, aspiro mi nariz provocando un fuerte sonido y limpio las lágrimas de mis mejillas—. No te asustes, el doctor nos advirtió que eso podría pasar. Todo está bajo control, cariño.

—Mamá, si todo estuviera bien como dices yo no estaría enferma —ataco haciendo un puchero tembloroso. Detesto cuando me mienten, no soy una tonta, sé lo mal que está todo—. Además me duele mucho y tengo mucho sueño.

—Dime donde te duele y te ayudaré con eso —es lo único que dice para luego quitarme la pijama sucia del asqueroso líquido que expulsé por la boca—. Limpiaré todo esto, en cinco minutos podrás dormir de nuevo.

—Aquí duele —digo señalando mi estómago—. Quiero ir al baño. —Ella asiente y me acompaña al pequeño cuarto de baño.

Cuando estoy lista, limpia mi cuerpo y me viste con un pijama distinto. Me siento en el sofá para verla cambiar las sábanas de la cama por unas aseadas y luego trapea el piso hasta que no queda ni un rastro de vómito en la habitación.

—Todo está hecho. —Sonríe en mi dirección—. Si quieres vomitar de nuevo inclínate en la cama y vomita en este contenedor, así evitarás tener que cambiarte de ropa nuevamente. —Suelta el objeto de metal junto a mi cama.

—Mamá, tengo miedo —susurro.

—Ven conmigo.

Me extiende su mano y yo la tomo sin dudarlo, seguido de eso me ayuda a subir a la cama antes de sentarse en la orilla.

—¿A qué le temes?

—A vomitar de nuevo esta noche y a que los dolores empeoren —musito y trago grueso para aniquilar el nudo en mi garganta, no quiero llorar de nuevo—. Además, en las películas que ve Oliver, hay fantasmas en los hospitales. Tal vez entren a esta habitación y nos lleven con ellos.

—Las películas que ve Oliver no son reales, en este hospital no hay más fantasmas —asegura, pero yo tengo mis dudas. ¿Qué le hace pensar que no hay un fantasma escuchándonos en este preciso momento?—. Si te sientes muy mal los médicos te ayudaran, no te preocupes. No mentimos cuando decimos que estarás bien.

—¿Podrías cantar una canción de cuna para mí? —ignoro sus palabras haciendo un puchero de manera que ella no pueda resistirse a mi petición.

—¿Quieres que te cante una canción de cuna porque eres una bebe? —Ríe.

—A las niñas grandes también nos gustan las canciones de cuna. —Me encojo de hombros.

Ríe antes de comenzar a cantar la hermosa canción que tiene un gran valor sentimental para mi familia. Su voz se torna suave en un sonido que quiero escuchar siempre, tranquilizando cada músculo de mi cuerpo hasta el punto en el que se me olvida donde estoy y por qué. La asfixiante fatiga se esfuma por los segundos en que mamá entona desde lo más profundo de su ser la dulce melodía.

Cuando la noche llega al fin, todos los niños van a dormir —comienza a cantar con voz angelical, recuerdo el día en que me contaron que esta canción se la cantaba mi abuelo a mamá cuando ella era niña—. Se despiden de la realidad cuando abren la puerta de los sueños, su imaginación juega mezclando los deseos y los temores.

»Las pesadillas nacen y con eso los llantos desesperados de los más pequeños. —Froto mis ojos intentando mantenerme despierta para escuchar el resto de la canción—. Haciendo que sus dulces madres los consuelen y protejan de sus miedos.

»Mece la cuna, mamá. Mece la cuna, papá. Mezan la cuna, angelitos del cielo —finaliza la letra original, pero me sorprende cuando añade una última frase como cierre—. Mece la cuna, Jennell. Ganarás todas tus batallas.

Cuando estoy a punto de quedarme dormida, una arcada repentina me hace inclinarme con rapidez a un lado de la cama para soltar el horrible líquido de color blanco.

Mece la cuna, por favor. No quiero caer, no dejes que el dragón me lleve.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora