Padre

37 5 13
                                    

Ronald, padre de los Weber.

Crecí en una pequeña casa en las afueras de la ciudad con mis padres y mi hermana mayor. No poseíamos muchos lujos ya que nuestra única fuente de ingresos era lo que mi padre ganaba como capataz de una hacienda, pero era suficiente para vivir cómodamente.

Mi rutina era sencilla; salía de casa a diario por la mañana para ir a la escuela y también a jugar fútbol con mis amigos. Todos los días llegaba sucio y sudado a casa al tiempo que el sol se ponía, encontrando a mamá sirviendo la comida y a mi hermana de rodillas quitándole las apestosas botas a mi progenitor.

En los diecisiete años que viví con mis padres, nunca compartí la mesa con las mujeres de la casa ya que a papá no le parecía adecuado. Ellas esperaban hasta que nosotros termináramos de comer para limpiar la mesa y proceder a alimentarse de pie en la cocina.

Vi al hombre que me dio la vida pisar con sus pesados zapatos los pies descalzos de mi hermana cuando esta le dijo que quería ir a la escuela como las otras niñas del barrio, escuché su puño impactando el rostro de mi madre el día que el desayuno no estuvo listo a tiempo y sentí la patada que me dio en el estómago en el momento en el que le comenté que, antes de casarme, terminaría mi carrera.

Papá deseaba que mi hermana y yo tuviéramos una vida como la de él, sin comprender que muchas cosas habían cambiado en el mundo.

No noté lo mal que estaban las cosas en mi casa hasta que visité la de Maeve por primera vez. Su hogar se sentía armonioso; las mujeres acompañaban a los hombres en la mesa, iban a la escuela y podían recibir visitas bajo supervisión en la linda sala.

Independizarme fue, como todo en esta vida, muy difícil, no obstante, me reconfortaba el saber que al llegar a casa la hermosa castaña a la que tenía el lujo de llamar esposa estaba esperándome para cenar.

Compartimos muchos momentos felices en nuestros primeros años de matrimonio, me sentía enteramente orgulloso de mi vínculo con Maeve ya que era muy diferente a la relación que tenían mis padres entre sí.

Las dos primeras veces que me enteré de que sería padre me sentí muy realizado y orgulloso de mí mismo porque, a pesar de todos los errores que había cometido en mi vida, la felicidad estaba llegando y estaba dispuesto a compartirla con la familia que estaba formado.

Pero, a veces, las tentaciones pueden más que el sentimiento de amor, por eso caí ante aquella morena que se pasaba las tardes cuidando a mis hijos en casa.

Nunca me gustó que me hicieran reproches, por eso, además de las tentaciones, caí ante la cólera y dejé que mi mano impactara por primera vez en la mejilla de Maeve.

Esa noche, mientras ella lloraba y continuaba con sus reproches, sentí que me estaba convirtiendo en mi padre. Aunque no fue mi culpa, fue mi esposa quien lo provocó.

Me disculpé, creo. Tal vez no lo hice. Realmente no lo recuerdo. El punto es que ella me perdonó y mi rutina se mantuvo intacta hasta una tarde en la que, en lugar de ser recibido por mis dos niños al llegar del trabajo, me recibió mi esposa con una bonita cena.

Y una prueba positiva de embarazo.

La noticia me tomó por sorpresa. Nosotros no estábamos buscando más hijos, pero de igual forma tuvimos que asumir el fallo de las pastillas.

No fue hasta el quinto mes de embarazo cuando por fin acepté que el quinto miembro de la familia llegaría pronto y desde ahí empecé a estar más presente en el embarazo de Maeve.

Cuatro meses después, Alyssa fue recibida con todo el amor que teníamos para dar.

La pequeña pelinegra de ojos oceánicos nos robó el corazón a toda la familia, además de que su pureza, sus travesuras y sus ocurrencias nos han sacado más de una sonrisa.

Compartía con ella cada vez que mi apretada agenda me lo permitía. A ella le encanta el helado, por lo que visitar junto a mí la gran heladería situada en el centro comercial se volvió una de sus actividades favoritas.

En ese lugar, mientras mi hija devoraba su cono de helado, la conocí.

Una mujer con una larga cabellera rubia, piel bronceada y ojos café; tropecé con ella cuando iba a pagar la cuenta y, sin querer, unas disculpas se convirtieron en un notorio coqueteo que terminó en intercambio de números de teléfono.

Fue así como, de nuevo, eliminar mensajes de texto se volvió parte de la rutina y esa joven rubia se convirtió en mi nueva tentación.

Estuvimos seis meses viéndonos una vez por semana hasta que ella me llamó sumergida en la preocupación para contarme que estaba embarazada.

Yo, Ronald Weber, sería padre por cuarta vez.

Me costó asimilarlo, y es que, ocultar a un hijo no sería tan fácil como ocultar a una amante.

Logré guardar ese secreto por dos años, hasta que Maeve me descubrió y me pidió el divorcio. Fue entonces cuando me fui de la casa y me atrevería a decir que mi partida desencadenó muchos problemas en la familia.

A mi tercera hija le diagnosticaron leucemia y me dolió mucho recibir esa noticia. Recordé todas esas películas donde los niños mueren a causa de dicha enfermedad y el miedo de verla partir cuando aún no había vivido ni un tercio de la vida promedio salió a flote.

Luego me enteré de que mi princesa mayor fue abusada y que a su corta edad estaba sufriendo de un Trastorno de Conducta Alimentaria. A pesar de que ella lo negó muchas veces frente al juzgado, todos sabemos que una niña de quince no tiene la potestad de consentirle un mal acto a alguien de treinta.

Agradezco que mi denuncia haya sido escuchada y que ahora ese desgraciado se esté pudriendo tras las rejas.

Por último, supe que mi hijo es un drogadicto. La verdad es que la noticia fue el peor de los males para mí ya que, con una hija que padece una enfermedad mortal y otra embarazada de un pedófilo, nunca esperas que las cosas pueden empeorar.

Me enojé mucho cuando me informaron, especialmente con mi ex esposa, quien me echó de la casa aun sabiendo que no podía sola con mis hijos y ahora llora al darse cuenta de que se salieron de su control.

Me largué luego de esa fuerte discusión, no quería saber nada de ese desastre en el que se convirtieron mis hijos por responsabilidad de su madre.

Estuve casi dos meses sin saber nada de ellos, hasta que recibí una llamada de mi ex cuñada donde, desesperada, dijo tres palabras que me derrumbaron.

Al ser un embarazo precoz estaba naturalmente lleno de riesgos a los que se sumaron los problemas de salud que el Trastorno de la Conducta Alimentaria dejó en ella. Proceder a tener el aborto trajo muchas complicaciones que llevaron a mi hija a terapia intensiva y posteriormente a la muerte.

No es fácil estar ahora mismo firmando papeles en una funeraria sabiendo que nunca más poder abrazarla.

Me siento culpable porque las últimas palabras que le dirigí fueron en medio de una discusión, por no haber estado lo suficientemente pendiente de ella como para darme cuenta de con quien se estaba metiendo, por no prestar atención a las señales de que estaba enferma y por haberme ido de casa dejándola con su irresponsable madre.

Le extiendo los papeles al secretario de la funeraria mientras me repito mentalmente que no puedo repetir los mismos errores otra vez.

Tengo que proteger a mis otros hijos de la manera en la que no pude hacerlo con Jessie.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora