15. Familia

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No puedo.

Soy pequeña, flaca, débil, ingenua e inestable. No soy esa persona valiente que todos dicen que soy, en realidad, soy la máxima representación del miedo. No sé cómo ser una niña fuerte. ¿Cómo las personas a mi alrededor pueden creer que puedo vencer al dragón? Soy muy frágil y estoy segura de que el dragón me devorará entre su fuego hasta que no queden más que mis cenizas.

Voy a morir.

¿Qué hice para merecer esto? ¿Es mi castigo por ser una mala niña? ¿Es lo que le sucede a las personas que, como yo, no merecen vivir plenamente? No tengo la respuesta a ninguna de esas preguntas cuando una nueva llega a mi mente: Si hay tantas personas en el mundo, ¿por qué justamente la enfermedad me tuvo que tocar a mí? Ni siquiera recuerdo haber hecho algo mal como para ser merecedora de esta horrible condena. Yo me porto bien, pero el universo me lanza al dragón porque me considera una mala niña.

—Hija...

No pensé que vería a mi padre tan rápido luego de que se fuera de la casa.

—Hola, papá —saludo—. ¿Has conseguido una nueva casa bonita? —inquiero sonriendo con curiosidad—. Yo estoy intentando hacer de nuestra casa una más hermosa, aunque mamá se enojó porque dice que hago mucho desastre. —Frunce el entrecejo sin entender a lo que me refiero—. Tal vez por eso ahora tengo cáncer, a nadie le agradó lo que hice con la pared, por eso mi castigo es la enfermedad. Lo que sigue es mi muerte en medio del fuego del dragón. —El miedo se apodera de mí al terminar de hablar.

—¡Alyssa Jennell! —grita papá nada contento con mis palabras—. No digas eso ni en broma. Tú no vas a morir y tampoco tienes la culpa de estar enferma.

—Soy muy débil, padre. El dragón me quemará.

—Escucho un gran error en tus palabras, hada madrina. —Suspira y yo solo permanezco mirándolo—. Tú quemarás al dragón, los doctores te ayudarán a hacerlo. No luchas contra esto sola, si necesitas fuerza extra puedes apoyarte en nosotros que somos tu familia. Un hada madrina no se rinde, menos si es Alyssa Weber.

Río a carcajadas. Indudablemente la compañía de mi padre está ayudándome ya que es la única persona que no se ha roto a llorar junto a mí, es el único que no está a punto de perder la cabeza.

—Gracias, papá. —Sonrío—. Pero te equivocas; no somos una familia, tú te fuiste.

Se queda estático en su lugar como si no pudiera creer las palabras que acaban de salir de mis labios, como si no supiera qué responder. No entiendo por qué se sorprende de que diga algo que es tan obvio.

—Abandoné la casa, no a mis hijos. —Es lo primero que dice—. Las cosas no iban bien con tu madre y lo mejor fue que yo me fuera, pero eso no quiere decir que ya no somos una familia. Yo soy su padre y ustedes mis hijos, así será siempre.

—¿Por qué las cosas no iban bien con mi mamá? ¿Ya no se quieren?

—Ya no somos esposos, pero ambos seguimos siendo sus padres —intenta explicar—. Aún somos una familia, no nos acabamos porque me fui.

—Bien —acepto sonriendo—. ¿Familia para siempre?

Su asentimiento de cabeza es capaz de robarme una sonrisa.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora