29. Lo que me arrebató

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Desde que me diagnosticaron, mi madre evita a toda costa que yo me agite. No me deja correr o practicar algún deporte ya que según ella eso podría hacer que sea más difícil curarme. Le pregunté si podía ir a una academia de baile y se negó inmediatamente.

Otra cosa más que me quita el cáncer.

Estoy coloreando en el desayunador de la cocina mientras observo a mi progenitora mover con rapidez el lápiz sobre el papel que me pidió prestado hace un momento. No tengo ni idea de por qué luce tan estresada mientras garabatea muchos números, pero supongo que tal vez odia hacer tareas como Oliver.

A mí por el contrario me gusta mucho hacer tarea y también disfrutaba ir al jardín de niños.

—¿Por qué no puedo ir a la escuela si allí no me agitaré? —cuestiono desde mi lugar.

—Ya hemos hablado de esto, Alyssa —responde con un hilo de voz, sin despegar la vista del papel en el que escribía hace unos segundos—. Lo mejor es seguir con las clases particulares.

—Quiero hacer más que estar todo el día sentada. No creo que vaya a morirme si voy a clases.

Su mirada se encuentra con la mía luego de que escucha mis palabras y no puedo ver más que tristeza en su expresión.

—Alyssa... —susurra, pero no termina de hablar cuando ya está llorando y arrugando el papel lleno de números con fuerza en su mano izquierda—. No... No, Alyssa.

Nunca nadie me ha dicho cómo ayudar a alguien que está triste, así que no me queda más que verla desde mi lugar.

—Mamá, ya mi maleta está lista para que nos vayamos al hospital —dice Jessie desde el pasillo y escucho sus pasos acercarse—. Debemos llegar temprano para que puedan interna... ¿Qué sucede? —interroga cuando entra a la cocina al ver el estado de la mujer que me dio la vida.

—No se como diablos haré para pagarlo todo.

—¿Sigue sin ayudarte? —pregunta Jessie con desconcierto.

—Como ya no come de mi comida...

—No puedo creerlo —niega Jessie con la cabeza.

Espero que encuentren una solución. No puedo evitar sentirme culpable porque sé lo costosos que son mis tratamientos, si no me hubiese enfermado mamá no tendría tantos problemas y llevaría a Jessie al hospital.

Mi hermana se sienta a mi lado y observamos a nuestra madre comenzar a preparar el almuerzo mientras le repite a Jessie que se tendrá que comer hasta el último gramo de comida de su plato.

—Mamá, ¿has visto mis aretes y anillos? —inquiere Jessie—. Estuve buscándolos y no encontré ninguno.

—No, busca bien —aconseja.

Gracias a mi hermana mayor, acabo de recordar que yo he perdido mis pulseras y collares.

¿A los fantasmas que hay debajo de mi cama cuando apago la luz les gustan los accesorios? Aseguro que fueron ellos quienes se llevaron los nuestros, al fin y al cabo, solo un monstruo toma sin permiso lo que no le pertenece.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora