Epílogo

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Quince años después.

—Alyssa, mamá quiere hacer un brindis. —Mi hermano entra a la que hasta el día de hoy será mi habitación en el momento en que estoy retocando mi maquillaje—. Les ha contado a todos la historia de cómo descubriste tu pasión. Está muy orgullosa.

Me río antes de guardar el lápiz labial en la maleta que hice hace unas horas. Mañana me iré de la ciudad para estudiar educación en la universidad, por lo que mi familia ha decidido hacerme una fiesta de despedida esta noche.

La mayor parte de mi vida estuve soñando con estudiar en la universidad más prestigiosa del país, por lo que a todos nos sorprendió y nos hizo felices cuando hace un mes recibí mi carta de aceptación.

Es imposible que la nostalgia no me invada al saber que esta es la última noche que pasaré en la habitación que ha sido mía desde que nací. Extrañaré la comodidad que durante mi adolescencia me amarraba a la cama de sábanas verdes, los miles de carteles que no puedo despegar de la pared porque se romperían y todas las colecciones de libros que no caben en mi maleta.

Ya soy adulta.

—Lo peor es que ya todos conocen dicha historia.

Me giro en su dirección, encontrándome con esos ojos azules que ambos heredamos de nuestra progenitora y con una gran sonrisa rodeada por la barba sin depilar. Viste un traje completamente negro y sostiene bolsa de regalo en su mano derecha.

—Tengo algo para ti —habla, extendiéndome la pequeña bolsa de regalo.

Suelto un chillido de emoción aceptandola sin dudar. El hombre que hoy tiene más de treinta años se sienta en la cama y yo imito su acto antes de disponerme a sacar el contenido del regalo. Dentro encuentro una caja del tamaño de mi mano que envuelve un par de aretes dorados en forma de mariposas.

—Eran de Jessie. —Mi mirada se encuentra con la suya y sostengo con más fuerza la caja—. No pude venderlos en su momento y cuando murió decidí guardarlos para ti. A ella le hubiera gustado que los tuvieras.

Desde que Jessenia falleció a sus dieciséis años de edad, Oliver se ha encargado de que su recuerdo no se borre por completo de mi memoria. Siempre me habla de ella, de la pasión que tenía por la pintura, lo mucho que le gustaba la música francesa y cuánto amaba fotografiarse a sí misma.

Olvidé por completo como sonaba su voz y cuando cumplí ocho años dejé de hablarle a la luna esperando su respuesta, sin embargo, le sigo teniendo un amor gigante al recuerdo de la chica con la que compartí muchos momentos en mis primeros seis años de vida.

—Son hermosos. —No lo pienso dos veces antes de ponermelos—. Gracias por guardarlos para mí por tanto tiempo.

—Tómalo como un regalo de su parte, niña universitaria.

Lo abrazo y acto seguido lo veo abandonar mis aposentos diciendo que ayudará a mi madre a servir las copas.

Me pongo de pie frente al espejo para inspeccionar una última vez mi apariencia. La larga cabellera que hace poco teñí de rubio cae sobre la blusa blanca sin mangas que decidí combinar con un pantalón café y unos zapatos de plataformas. El lápiz labial marrón brilla en mis labios y los rastros del rubor rojo se hacen presentes en mis mejillas.

Estoy lista para disfrutar mi última noche viviendo en esta casa.

—Alyssa, es hora del brindis —dice mi madre, cuando decido reintegrarme a la fiesta.

Veo a Violetta, una de mis amigas más cercanas, acercarse y envolverme en un abrazo que correspondo al instante.

—Así que alineabas las muñecas en la orilla de tu cama y les enseñabas las letras —habla con un tono burlón.

—Eso sin contar que golpeabas la mesa con los cuadernos para que tus alumnas de juguete te prestaran atención. —Ríe Hannah, a quien conozco desde que ambas teníamos dieciocho años.

Ruedo los ojos, acto que consigue sacarles una carcajada.

—¡Mamá, deberías dejar de contar esa historia! —me quejo.

—¿Y que nadie sepa que desde los cinco años encontraste tu vocación?

Hoy nos acompañan mi padre, a quien los años le pasaron factura tiñendole el cabello de gris, algunos amigos de la familia, mi tía y mi prima Diana.

—Estoy muy orgullosa de ti porque mañana cumples una de tus tantas metas —habla mi madre, luego de asegurarse de que cada quien está sosteniendo una copa llena—. Siempre has sido muy inteligente y todos acá estamos seguros de que terminarás tu carrera con éxito. —Las copas chocan cuando se escucha un coro de «¡Salud!».

Me reintegré en la escuela un año después de que logré curarme y a partir de ese momento tuve una vida bastante normal: hice nuevos amigos, me estresé rellenando mis asignaciones escolares, me enamoré, tuve un corazón roto, salí a fiestas y finalmente fui admitida a la universidad. También visité a una psicóloga durante mi niñez y parte de mi adolescencia, acción que me ayudó mucho a sanar varias heridas que mis primeros años de vida dejaron abiertas.

Cada miembro de mi familia ha dado todo de sí para que yo tenga una vida feliz. Siempre han estado al pendiente de que no falte a ninguna cita médica y durante mi adolescencia me aconsejaron mucho para que no pudiera arrepentirme de ninguna decisión.

Mañana será la primera vez que me separaré de ellos en mis veintiún años de edad.

Oliver se rehabilitó meses después de cumplir diecinueve años y desde entonces ha estado limpio. Ahora que crecí, soy consciente del camino tan complicado que mi hermano tuvo que atravesar y me enorgullece saber que pudo superarlo. Actualmente se encuentra casado con Maddie, la cirujana que lo operó cuando tenía apendicitis, y viven en una casa en el centro de la ciudad.

Mis padres con el pasar de los años aprendieron a dejar de lado sus diferencias tanto por mi bien como por el de su hijo mayor, cosa que les agradezco ya que dudo que hubiese soportado escuchar otra de sus horribles peleas. Mientras que mi madre tiene una nueva pareja con la que a veces comparto la mesa, papá lleva más de siete años soltero y sé que visita a mi medio hermano, con quien solo he coincidido en pocas ocasiones, tan seguido como me visita a mí.

—¡Mis chocolates favoritos! —exclamo alzando la caja que Diana acaba de obsequiarme.

—Te voy a extrañar. —Suspira en su lugar.

—Voy a llamarte seguido, no vas a deshacerte de mí tan fácil.  —Sonrío.

Luego de haberme liberado de la leucemia, tuve que seguir visitando el hospital para que me hicieran exámenes y pruebas de seguimiento. Actualmente solo voy una vez al año a consultas y he tenido la fortuna de salir sonriendo cada una de las veces.

Estoy muy feliz de que el dragón no volviera a hacerme daño.

Todavía recuerdo todo el miedo y dolor que sentí cuando tuve esa fuerte batalla contra una enfermedad que siempre fue más grande que yo. Recuerdo las dudas que no dejaban de presentarse en mi cabeza, lo mucho que me aterraba pensar en que había posibilidades de que todo saliera mal y cuanto me frustraba no poder tener una vida normal.

Si pudiera tener una conversación con esa pequeña que alegaba ser un hada madrina, le diría que no tenga miedo, que logrará ser feliz y ganar su batalla contra esa vil criatura que tanto la tortura.

Le diría que ella puede.

Que yo pude.

Yo, Alyssa Weber, pude vencer al dragón.

FIN 

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora