Siempre me ha gustado salir de compras. No me importa si haremos el mercado del mes, compraremos ropa o si solo iremos al supermercado por algún condimento que falta para el almuerzo; para mí las compras siempre son una maravilla.
El gran supermercado lleno de estantes, productos ordenados en su lugar y carritos de compras, se encuentra repleto de gente el día de hoy. Camino a paso rápido tomando a mi madre por el brazo obedeciendo su orden de no soltarla y tampoco alejarme de ella.
—¿Qué es eso? —interrogo mirando el paquete rojo que mamá lanzó a nuestro carrito.
—Harina —responde con simpleza.
—Deberíamos ir al pasillo de allá. —Señalo el lugar que podría considerar un paraíso.
—No compraré dulces, Alyssa —niega.
—Nunca puedo comer nada, mamá —me quejo cruzando los brazos sobre mi pecho—. Solo verduras, todo el día verduras.
—Tenemos que respetar tu dieta para que puedas curarte más rápido, las verduras te ayudarán.
—Tienen un sabor horrible —murmuro.
Seguimos con nuestra aventura entre pasillos y veo a mi madre añadir las cosas necesarias al carrito. Estamos en el pasillo de los productos de limpieza, donde mamá se encarga de abrir cada uno de los productos para descubrir cuál de los aromas le gusta más cuando empiezo a sentirme observada.
Miro a mi alrededor para ver de donde proviene la mirada y descubro que una niña, la cual puedo suponer que tiene mi edad, me ve fijamente desde el final del pasillo. Tiene un abundante cabello crespo, ojos negros, labios entreabiertos y sostiene una muñeca entre sus manos.
Me incomoda al instante.
Desearía saber qué es lo que llama la atención de la niña de cabello negro para hacer lo posible porque su atención se desvíe a algo que no tenga nada que ver conmigo, pero como no puedo, solo me queda sobrevivir a su mirada.
Mi madre avanza por el pasillo en dirección a donde está la niña, ignorando por completo el dilema que he creado en mi mente. La sigo y de reojo veo que la mirada de la pelinegra sigue fija en mí, sin intenciones de retirarse.
—Tía, ¿por qué esa niña no tiene cabello? —la pregunta sale de la niña en un tono de voz muy alto, curioso y energético logrando que las seis personas que estamos en el pasillo la escuchemos.
La vergüenza se apodera de mí cuando noto que ahora todos me están viendo.
—¡Vanessa, te he dicho que no grites este tipo de cosas en la calle! —chilla la señora que la acompaña y me doy cuenta que no soy la única avergonzada aquí—. Perdónenla. —La señora nos sonríe a mamá y a mí con amabilidad y mi progenitora le responde que no se preocupe.
Vanessa y su tía están listas para irse cuando las palabras salen de mis labios.
—Porque estoy enferma —me dirijo a Vanessa en un tono que es audible para ella.
Mi madre y la acompañante de la niña se quedan en silencio, al igual que yo, esperando la respuesta de Vanessa.
—¿Y por eso ya no tienes cabello? —inquiere con el ceño fruncido y yo solo asiento en respuesta—. Cuando yo me enfermo no me quedo sin cabello, ¿eres de otra especie o algo así?
Debo admitir que me sorprende que ella no sepa lo que es el cáncer y los efectos secundarios de su tratamiento más común. Creí que a todos los niños les habían hablado del dragón ya que mi maestra dijo que es importante conocer los síntomas de dicha enfermedad para saber cuándo ir al médico a una revisión y también para tener una idea de cómo ayudar a alguien en caso de que la padezca.
Tal vez, como Vanessa, hay muchos niños que no saben nada del cáncer. Puede ser porque sus padres deciden ocultarles ese tipo de información para mantenerlos en una burbuja llena de felicidad, confundiendo inocencia con ignorancia; o puede ser porque simplemente dichos niños no prestan la suficiente atención a todo lo que sucede a su alrededor.
—Las quimioterapias que me hacen para curarme de un tipo de cáncer llamado leucemia son las que hacen que se me caiga el cabello —explico lo que mamá me repitió algunas veces—. Y sí, soy de otra especie. Soy un hada madrina.
—Yo soy una sirena y mi misión es aprender a usar piernas en vez de aleta. —Ríe—. Te queda muy bonito el pañuelo, le pediré a mi papá uno igual.
—¡Gracias! —digo con entusiasmo y sacudo la mano en su dirección mientras me alejo con mi mamá a otro pasillo.
Terminamos nuestras compras y nos vamos a casa. Mientras, yo me siento feliz porque, gracias a Vanessa, sé que sigo luciendo bonita sin importar que ahora no tengo el cabello que tenía antes.
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Como un cuento de hadas
ContoSi alguien tuviera que describir a Alyssa Weber usando solo tres palabras, esas indudablemente serían: curiosa, traviesa y bondadosa. Esa escurridiza niña de cinco años lucha contra todos los dragones que la acechan a ella y a su familia, sin embarg...