8. Castigo

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Mi maestra siempre nos ha dicho que debemos respetarnos los unos a los otros y que tenemos que saber diferenciar entre los que son juegos sanos y los que nos pueden herir. Ella prohibió que jugáramos a los policías y los ladrones además de a las luchas.

Mi tía siempre les afirma a mis primos que no deben agredirnos ni física ni verbalmente a las niñas, que deben cuidarnos y no maltratarnos. Los hizo disculparse conmigo el día que me jalaron el cabello y les aplicó un castigo el día que mordieron a una niña de su escuela: —A las niñas no se les toca —declaró aquel día.

Escuché a mi abuela asegurar que los niños tienen un poder superior al de las niñas. Alegó que las hembras debemos ser criadas como unos ángeles para que, cuando crezcamos y nos casemos, podamos servir a nuestro esposo sin hacer que este se enoje y nos dé un castigo merecido.

Mi hermana siempre opina que ella es dueña de sus acciones y palabras, por lo que nadie debería ponerle un dedo encima como una forma de castigo que no se merece. Afirma que si alguien la quiere solo le dará una vida llena de amor y felicidad, no de maltratos. El día que la escuché pronunciar esas palabras a su amiga, Jessie también le dijo que su novio la trata como a una reina.

Mamá explicó que cada ser vivo debe respetar a los otros sin importar especie o género: —Al final todos sentimos. —Fueron sus palabras. Ella nos orientó a cuidar y respetar a todos, dijo que los castigos de los que habla la abuela están mal además de que, sin importar la circunstancia, nunca debemos golpear a nadie.

Por años pensé que la abuela mentía cuando hablaba de los castigos que los hombres les daban a sus esposas. Pensé que mamá tenía la razón y que su versión era la única cierta, pero, en el momento en que vi a mi padre abofetearla, me di cuenta que hasta la versión más horrible puede ser real.

Mi casa se volvió un caos en el instante en que mamá soltó un quejido de dolor frente a la dura mirada de enojo de mi padre. Oliver tuvo que ser detenido por ella para que no le diera un golpe a su esposo y escuché a Jessie gritarle insultos seguidos de malas palabras a nuestro padre. Yo solo corrí a los brazos de mi madre, tenía miedo de que los castigos continuarán hasta destrozarla.

No hicieron falta más de dos minutos luego del golpe para que mi progenitor estuviera arrodillado frente a la mujer que lloraba desconsoladamente conmigo en sus brazos. Mis hermanos y yo escuchamos varias disculpas, un «no volverá a suceder, tuve un mal día» seguido de un «es tu culpa por suponer cosas».

Oímos muchas frases abandonar los labios de nuestro progenitor mientras que los de nuestra madre estaban sellados por el miedo de que una palabra mal dicha la hiciera merecedora de un nuevo castigo.

Finalmente, luego de algunos minutos, mamá le concedió las disculpas a mi padre haciendo que mis hermanos le dedicaran miradas cargadas de decepción para después tomarme de la mano y encaminarme junto a ellos a mi habitación. Oliver prendió el televisor y Jessie se aseguro de que ya no tuviera fiebre antes de dejarme sola entre las paredes pintadas de rosa.

Me senté en mi cama esperando que la mujer que me dio la vida entrara a mi habitación como todas las noches para ponerme la pijama y acostarme ya que de esa manera yo podría inspeccionar con más calma como está ella además de que me iría a dormir más tranquila al sentir el tacto de sus labios contra mi frente.

Sin embargo, por primera vez desde que tengo uso de razón, no vino a darme las buenas noches.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora