2. Cuentos

73 16 3
                                    

Llevo dos horas leyendo algunos cuentos de princesas que ya me sé de memoria. Mi mamá me enseñó a leer a los cuatro años y ahora paso mucho tiempo entre historias de reinas y reyes. Mi familia dice que están felices porque aprendí a leer además de a contar rápido y mi maestra del jardín también dice que sé mucho para mi edad.

—Acabo de leer un cuento sobre sirenas y princesas —le cuento a mi padre, quien teclea en la pantalla de su celular—. Me gustaría ser como ellas, pero yo solo tengo una varita. Soy un hada madrina, parecida a la de Cenicienta. —Él asiente sin despegar la mirada del aparato que sostiene.

Desvío mi atención a todos los libros de cuentos esparcidos por el piso y, justo en el momento en que comienzo a apilarlos para llevarlos a mi cuarto, recuerdo que mi padre siempre me dice que soy una princesa.

—Papá —lo llamo, logrando que me mire por primera vez.

—¿Sí?

—¿Yo soy tu princesa? —inquiero.

—Claro que sí, Aly. Tú y Jessie son mis princesas, las quiero mucho a ambas —responde extendiendo su mano para que me acerque a él.

—Yo no quiero ser tu princesa. —Papá abre mucho sus ojos al escuchar mis palabras—. Ya te expliqué que soy un hada madrina.

—Está bien. Entonces Jessie es mi princesa y tú mi hada madrina, ¿estás de acuerdo?

Asiento con una gran sonrisa. Objetivo cumplido: papá sabe que soy un hada madrina.

Me dejo caer junto a él en el sofá. Me duelen mucho las rodillas y los brazos, mamá me dio una horrible medicina que no ha funcionado aún y por eso he tenido que pasar todo el día leyendo. Un fuerte sonido que proviene del celular de mi progenitor me saca de mis pensamientos y ladeo mi cabeza para ver de qué se trata.

Leo que es una llamada del mecánico y de inmediato supongo que el auto está averiado de nuevo. Observo a mi padre levantarse del sofá dejando un espacio vacío a mi lado y salir rápidamente de la casa para contestar su llamada.

Me levanto y veo a mamá de pie en la entrada de la cocina mirando fijamente la puerta por la que acaba de salir su esposo. No luce feliz, pero no tengo ni idea de por qué.

—Mamá. —Mi tono de voz es bajo—. No estés enojada, si mis hermanos se portan mal es por la edad —repito las palabras que le escuché decir a mi progenitor una vez y ella ríe.

—Tranquila, hija. No estoy enojada, tus hermanos no han hecho nada malo. —Ríe y me toma de la mano para que la acompañe a la cocina—. ¿Quieres ayudarme a preparar la cena?

Sin pensarlo dos veces la envuelvo en un abrazo que corresponde de inmediato.

—Te amo, mamá —grito entre risas.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora