9. ¿Te vas de viaje?

45 11 0
                                    

Los seres humanos solemos llorar cuando estamos tristes o muy emocionados. Las lágrimas y sollozos nos dominan en un llanto que nace de una situación que para nosotros no tiene control.

Hace unos instantes desperté en la orilla de mi cama temblando gracias al frío ya que no estaba cubierta con mi cobija, llevando puesto el vestido que usé todo el día y con fuertes dolores tanto en las piernas como en las manos.

Grité en el momento en que me moví y sentí la horrible aflicción recorrerme cada centímetro del cuerpo, nunca había experimentado algo parecido. Dos segundos después fue el miedo el que se apoderó de mí: ¿Me habían olvidado? ¿Me abandonaron? ¿Ya no me querían?

Tenía miedo a las respuestas de esas preguntas.

Me levanté lo más rápido que pude ignorando el dolor en mis articulaciones y caminé fuera de mi habitación al tiempo en que mi llanto se hacía más potente. En el exterior de mi cuarto no me encontré con nada más que silencio y oscuridad; mi miedo cada vez se alimentaba más de la aterradora situación aferrándose a mí de manera horrorosa mientras que mis gritos eran ahogados por mis lágrimas.

Corrí al aposento de mis papas y toqué la puerta repetidas veces con desesperación porque a ellos no les agrada que yo entre sin tocar. Pasó un minuto antes de que mamá abriera la puerta y sus ojos hinchados me dieron una mirada llena de impaciencia mientras que yo la observaba.

Ahora mismo, un suspiro de alivio sale de mis labios al darme cuenta de que no me han abandonado, sin embargo, continúo llorando como una manera de queja por el dolor de mi cuerpo.

—¿Por qué estás despierta, Alyssa? Son las dos de la mañana. —Escucho la varonil voz de mi padre dentro de la recamara.

—Me duelen mucho mis piernas y brazos —digo adentrándome a la habitación. Abro mi boca en señal de asombro cuando veo una maleta sobre la cama con la ropa de mi padre dentro—. Papa, ¿te vas de viaje? —cuestiono mirando desde la maleta hacia él.

Mi madre llora mientras nos mira, no puedo identificar si su rostro está hinchado gracias al llanto o por el golpe que recibió horas antes. Yo limpio mis lágrimas cuando me siento junto a la maleta sobre la cama.

—Me iré a vivir a otra casa, princesa.

—¿A otra casa? —Frunzo mi entrecejo dentro de la sorpresa en la que me atraparon sus palabras.

—Sí, ya no viviré aquí.

—¿Por qué? —La confusión me invade, me parece imposible que él se vaya a vivir a otro lado—. Los papás siempre tienen que vivir con sus hijos, no puedes irte.

—Tu mamá no quiere que yo me quede aquí —le reprocha mirándola.

—Creo que ella está enojada contigo —susurro intentando que la susodicha no escuche—. Tú no puedes darle una cachetada a nadie, eso está mal —intento hacerle ver.

—Alyssa Jennell, vamos a tu habitación. Mañana podrás despedirte de tu padre, estas no son horas para que estés despierta —me regaña mamá.

Le hago caso a sus palabras ya que tengo sueño y dolor físico, pero también siento tristeza y ganas de corregir a mis padres de la manera en que tantas veces ellos lo han hecho conmigo. No quiero que él se vaya, pero tampoco quiero que ella llore de nuevo.

Cuando estamos en mi habitación mi progenitora promete que mañana no iré a la escuela y también me dice que me explicará luego la razón por la que su esposo tiene que abandonar nuestra casa.

En los cuentos de hadas todo tiene una solución. Los papás siempre están felices, las personas no mienten y tampoco se enferman. Los cuentos de hadas consisten en castillos llenos de ilusiones y felicidad con el amor además de la alegría reinando mientras que la tristeza es inexistente.

Hoy entendí que la vida real no es como un cuento de hadas.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora