Hermano

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No hay nada que ame más que a mi familia.

Compartí toda mi infancia con mi hermana Jessenia. Solíamos jugar desde que abríamos los ojos por la mañana hasta que los cerrábamos por la noche además de que, por ser contemporáneos, tuvimos las mismas experiencias la mayor parte de nuestras vidas. Por su parte, mis padres eran muy divertidos. A pesar de que trabajaban una jornada de diez horas, las tardes nos las dedicaban a ella y a mí.

Éramos muy unidos; solíamos ir al cine cada semana, jugábamos en casa y cocinábamos juntos. No hubo una presentación escolar a la que mis progenitores no asistieran, siempre escuchaban nuestras peticiones para ir a cualquier tipo de academia y nos apoyaban en lo que nos hacía felices.

No obstante, fue muy fácil que todo eso se rompiera.

Mi progenitora descubrió que su esposo le estaba siendo infiel y decidió desenmascararlo, desatando así su inconmensurable e incontrolable ira. Mi hermana y yo contemplamos, por primera vez, un acto de violencia doméstica ese día.

Recuerdo todo el miedo y decepción que sentí en ese momento. No pude dormir en toda la noche ya que la escena no paraba de repetirse en mi mente haciendo que un sentimiento de desconfianza hacia mi padre comenzara a crecer y el ambiente en la casa se sentía pesado e incómodo. No entendía por qué mi madre le seguía preparando el almuerzo luego de que él le haya dejado la mejilla ardiendo y mucho menos la naturalidad con la que Ronald Weber se dirigía a nosotros luego de habernos hecho presenciar dicha escena.

Pasaron semanas en las que poco a poco se hizo de lado lo que había pasado, pero aun así yo nunca logré olvidarlo del todo.

Un día, cuando llegamos de la escuela, mi mamá dijo que necesitaba contarnos algo importante. Hacía tiempo que no la veía tan feliz. Una sonrisa decoraba su rostro y se notaba levemente nerviosa en el momento que nos extendió un sobre.

Era una prueba de embarazo.

Una prueba de embarazo positiva.

La sorpresa me invadió. No sabía qué decir ni cómo reaccionar y me vi envuelto en muchas dudas que no conseguí pronunciar hasta que me quedé a solas con mi hermana.

Ella creía que mi madre se había embarazado a propósito para "salvar su matrimonio".

Yo pensaba que era un simple error.

Meses después recibimos a Alyssa, mi segunda hermana.

Me costó mucho acostumbrarme al nuevo miembro de la familia. Escuchar su agudo llanto, soportar que el olor de sus apestosos pañales se colara a mi habitación, verla babear mis cosas y que me vomitara encima fueron cosas que me hicieron querer cortarme la cabeza, sin embargo, todo eso se veia recompensado cuando la pequeña sonreía en mi dirección.

Aly se volvió, al igual que Jessie, de mis personas favoritas.

El tiempo seguía pasando y yo cada vez conocía más gente en el instituto. Mis amigos solían organizar fiestas todos los fines de semana, lo cual me parecía increíble porque la diversión nunca faltaba.

Recuerdo que en una de esas salidas un desconocido me ofreció que probara la cocaína, sin advertirme que esta me haría experimentar las mejores sensaciones. Llegué a mi casa esa noche y me encerré de inmediato en mi habitación para evitar que alguien me viera puesto que tenía muy clara cuál sería la reacción de mi familia al verme en tal estado.

Me costó dar con el número telefónico del chico de la fiesta, pero lo encontré luego de preguntarle a muchos conocidos. Resultó que él era un distribuidor y prometió venderme acceso a su tesoro, como él lo llamaba, a un buen precio.

Acepté sin dudarlo.

Al principio todo iba muy bien. Con el dinero que mi madre me daba para cosas de la escuela alcanzaba a costear mi droga, sin embargo, a medida que mi cuerpo me exigía una mayor dosis, el precio se iba elevando.

Fue en ese momento cuando empecé a vender cosas de valor que había en mi casa para poder comprarme la cocaína.

Poco después mis padres decidieron separarse. Esa noticia fue un gran alivio tanto para mí como para Jessie. Los dos sabíamos que ellos estarían mucho mejor separados además de que no tendríamos que cargar con el sentimiento de hipocresía que se apoderaba de nosotros al recordar lo que pasó antes del nacimiento de Alyssa.

Sentí como si me clavaran una estaca en el pecho cuando la vida de la menor de la familia se vio amenazada por una enfermedad que avanzaba rápido y no desistía ante los tratamientos.

Mi manera de ayudarla fue difundiendo su caso para obtener donaciones. Con eso nos fue increíble, hasta me pude permitir tomar un poco del dinero para mí.

Supe durante meses que Jessie estaba saliendo con ese desgraciado. Le dije a mi hermana innumerables veces que debía alejarse e incluso me atreví a enfrentarlo a él exigiendo que la respetara. Lamentablemente nada sirvió, ella lo siguió viendo haciendo caso omiso a mis palabras.

Tal vez si yo hubiera hecho más, ella estaría acompañándome ahora mismo.

Vi como su rostro perdía el color y como su mirada no expresaba más que dolor. Estuve presente cuando los médicos corrían de un lado a otro gritando su palabrería y también sentí la tristeza en sus rostros cuando ya no había nada más que hacer.

Vi morir a Jessie.

Nunca en mi vida había experimentado un dolor tan fuerte como cuando la perdí, jamás me había cuestionado lo injusta que es la vida a veces y tampoco había deseado con tanta fuerza un abrazo de mi primera hermana como en ese instante.

Y es que, a pesar de nuestras peleas, la amaba.

Es por eso que hoy me encuentro ingresando a una clínica de rehabilitación.

Ella me pidió muchas veces que dejara el vicio antes de morir y yo, Oliver Weber, pienso cumplir su petición.

Por ella y por la pequeña que sé que estará esperándome en casa cuando vuelva.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora