22. Si pudiera volar

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—Diana, trae a tus hijas para que reciban clases en mi escuela —le digo a la pelirroja que hoy me vino a visitar.

Ella toma a dos de las muñecas, que en esta oportunidad se llaman Rosita y Michell, y las trae hasta mi escritorio. Las dos nos maquillamos, sostenemos bolsos elegantes además de que tomamos a escondidas dos pares de zapatos de tacón del closet de mamá.

—Sus hijas son las mejores de la clase, señora Diana.

—¿En serio, maestra Alyssa? —Se muestra sorprendida—. Mi esposo Flynn Rider me dijo que también les va increíble en sus clases de canto —hace referencia a una de nuestras películas favoritas.

—Mi novio Austin Moon viene todos los lunes para enseñarles a cantar a todos los alumnos, es un gran maestro. —Asiento con una sonrisa.

Diana es hija de la hermana mayor de mamá, quien hoy decidió por fin venir a visitarnos. Teníamos meses sin jugar juntas. Somos de la misma edad y nos entendemos a la perfección, nuestro sueño es casarnos con unos hermanos gemelos el mismo día; será como un cuento de hadas.

—Mi mamá dice que tú estás enferma. —Sé que esta vez se dirige a su prima y no a la maestra—. ¿Qué tienes? ¿Es por eso que te vez más pálida y cansada? —inquiere con el ceño fruncido.

—Sí, estoy enferma —la saco de dudas y ella abre su boca con asombro—. Tengo cáncer.

—¿Qué es eso? —Es mi turno de fruncir el ceño.

¿En serio, Diana? ¿Cómo no vas a saber qué es el cáncer?

No digo nada para no parecer grosera y me inclino para explicarle un poco sobre el mal que padezco.

—El cáncer es la enfermedad que hace que se te caiga el cabello y...

—¡¿Te quedarás sin cabello?! —grita con sorpresa.

—Supongo que sí.

—¿Y cuándo te curas? —sigue haciendo preguntas y yo me encojo de hombros.

Hasta yo me pregunto eso.

La voz de mi hermana llega a mis oídos y seguido de eso la vemos bajar las escaleras.

—Mamá, voy a salir —grita desde su lugar para que mi madre escuche en el comedor.

—¿Adónde? —interroga mi progenitora.

—A casa de Helen, estudiaremos juntas.

—Está bien, será tu última salida esta semana. Llevas cuatro días pasando la tarde fuera.

—Claro. —Jessie se despide de Diana y de mí para acto seguido abandonar nuestro hogar.

Continuamos jugando por un rato. Hoy me siento bien, no me duele casi nada y no he vomitado. Aunque sigo algo débil y pálida, eso no me impide jugar con mi prima en la sala de mi casa mientras mi madre habla con mi tía en el comedor.

—Vamos a buscar esos adornos de allá para decorar mi escuela. —Se me ocurre la idea y Diana asiente de acuerdo.

Luego de traer algunos de los adornos de vidrio que mi madre utiliza como decoración, mantenemos una conversación referente a nuestro juego y la historia del mismo. Somos unas perfectas empresarias con casas hermosas, hijas preciosas y esposos perfectos. Todo es completamente lindo.

Imaginar lo es.

—Si pudiera volar lo haría sin parar —comentó mirando el pájaro de vidrio que pusimos sobre el sofá—. Volaría tanto que llegaría hasta China. Sería muy feliz.

—¿Por qué los humanos no podemos volar? —inquiere mordiéndose el labio inferior mientras piensa.

—Tampoco podemos respirar bajo el agua, somos medio inútiles —contesto soltando un suspiro.

Tomo el pájaro entre mis manos y lo lanzo en su dirección, ella como acto reflejo lo ataja con una sonrisa. Seguimos haciendo volar al pájaro por algunos minutos hasta que en una oportunidad yo no lo puedo atajar y este impacta contra el piso haciendo un fuerte sonido cuando se rompe en pedazos.

—Alyssa Jennell y Diana Sofía, ¿qué fue eso? —La voz de mi tía es la siguiente en escucharse.

—¿Cuándo entenderán que solo pueden jugar con sus juguetes y no con los adornos de la casa? —Esta vez es mi madre quien suelta su sermón.

—Perdón, mamá —le digo.

—Vayan a tu cuarto, Alyssa —es lo único que dice y mi prima y yo nos apresuramos en llegar a la habitación.

En el pasillo nos encontramos con mi hermano mayor en pijama y con los ojos tan rojos como si hubiese llorado un mes, también está despeinado, desarreglado y feo. Oliver en estos momentos se ve horrible.

—Luces espantoso —le digo al mayor.

—Aly, respeta a tu hermano —me regaña la pelirroja.

—Déjenme tranquilo y vayan a dormir —gruñe el castaño mientras rueda sus ojos.

—Sí, feo.

Luego de soltar esas palabras, Diana y yo corremos hasta mi cuarto y cerramos la puerta entre risas. Adoro a mi prima y definitivamente extrañaba pasar tiempo con ella.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora