12. Nubes rojas en mi piel

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—No lo puedo creer. —Mamá niega con la cabeza con enojo e inquietud mientras camina de un lado a otro en la sala de estar—. Son las ocho de la mañana y este poco tiempo del día fue suficiente para que armaras un desastre. Eres increíble, Alyssa. —La molestia en su voz no concuerda con las cosas que dice.

—Gracias, mamá. Sabía que te gustaría. —Sonrío.

Parece no creer mis palabras, pero solo suelta un suspiro y me mira con impaciencia. Estoy sentada en el sofá tal y como me lo ordenó antes de proceder a limpiar todo el pasillo y parte de la sala de estar.

—No, no me gustó. —En el segundo en que las palabras salen de sus labios solo puedo pensar en lo difíciles de entender que son los adultos—. Sabes que no deberías haber hecho eso. Todo era y es un completo desastre, Alyssa. No puedes ni jugar con agua, ni tomar un jabón natural del baño y mucho menos arruinar todas las acuarelas de tu hermana.

»No podrás mirar televisión por una semana, ese será tu castigo. —Cuando voy a abrir mi boca para protestar me interrumpe—. Y no quiero que cuestiones al respecto.

No puedo creer lo que acabo de escuchar. No entiendo sus razones para enojarse teniendo en cuenta que yo solo intentaba hacernos un gran favor a todos limpiando la pared.

¿Mi solución y método de desahogo luego de que ella dicta su sentencia? Llorar.

Las lágrimas se deslizan por mis mejillas llenas de pecas al tiempo que un chillido abandona mis labios. Mi cabello marrón se pega en mi rostro gracias a la humedad provocada por las lágrimas. Mi madre, aun conservando su semblante serio, toma mi mano y me dirige hasta el baño alegando que ahora que terminó de limpiar todo el desastre que yo ocasioné debe bañarme para eliminar los restos de pintura de mi piel.

Mis hermanos siguen durmiendo en sus habitaciones, las únicas que nos despertamos temprano este sábado fuimos mamá y yo.

Luego de vivir la terrible reacción de mi madre no quiero ni imaginarme lo furiosa que estará Jessie al darse cuenta de que eche a perder sus preciados materiales. Me detestará.

—Solo quería limpiar —digo cuando mi progenitora termina de desvestirme para meterme a la tina.

—Esa no es la manera. Cuando realmente quieras limpiar algo solo debes decírmelo y yo lo haré contigo —explica y asiento con los labios temblorosos por el llanto que di por terminado hace unos minutos—. No más inventos, ¿bien?

Me limito a asentir.

Mi madre me comienza a bañar como todos los días, solo que esta vez mira mis brazos y espalda con el ceño fruncido mientras retira el jabón de mi piel. Su semblante pasó de uno enojado a uno preocupado en cuestión de segundos, no entiendo que sucede.

—¿Desde cuándo tienes estos moretones? —Señala mis brazos.

Tengo diversas manchas rojas a lo largo de mi piel pálida, se distribuyen desde el inicio de mis brazos hasta mis hombros y, puedo suponer, que su recorrido continúa en mi espalda. Los moretones aparecen en mi piel para que ya no sea pálida y aburrida.

—Los vi cuando desperté esta mañana —respondo—. ¿Aparecen para hacerme ver más linda? —inquiero—. Son como pequeñas nubes rojas.

Mama no sonríe, solo examina mi piel con la preocupación presente en su rostro.

—Iremos a otro médico. Esto no está bien.

Como un cuento de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora