Por mi mente se cruzan una y otra vez todas las cosas que podrían pasar en mi operación.
Puedo visualizarme sola dentro del quirófano, buscando cualquier arma para defenderme del feroz dragón que me persigue con ganas de escupirme fuego y gritando por el insoportable dolor que causan sus garras clavadas en mi piel. Me veo completamente destruida, como si la leucemia hubiese succionado hasta el último gramo de vida en mi interior.
A cada médico que entra a la habitación para revisarme le hago la misma pregunta: ¿Cómo será?
Ellos siempre responden que estaré dormida y que ni siquiera me daré cuenta de que el proceso comenzó. Concuerdan al decirme que me ayudaran para que no me duela cuando despierte y me intentan tranquilizar diciéndome que harán todo lo posible para obtener éxito.
¿Qué pasa con lo que no es posible?
—Llevo veinte minutos en espera, no entiendo porque se tardan tanto —se queja mi madre desde el sofá, mirando con angustia su teléfono celular.
Hace una hora Jessie cruzó la puerta con un semblante lleno de preocupación. Lucía alterada cuando le informó a mamá que alguien estaba gastando grandes cantidades de dinero desde su cuenta bancaria, cosa que hizo que la receptora frunciera el ceño antes de murmurar el nombre de su hijo.
—¿Por qué él tiene la tarjeta? —cuestiona la chica que interrumpirá su embarazo mañana temprano.
—Se la di ayer para que comprara la cena —contesta nuestra progenitora sin despegar la vista de su celular, donde se escucha una propaganda de un partido político—. No puedo creer que en serio se haya ido a gastar el dinero en sus cochinadas. No tiene consideración por Alyssa.
Siento un nudo apretarse en mi garganta cuando escucho las últimas palabras.
—¿Oliver no me quiere? —mi pregunta hace que las dos se volteen a verme.
—Si te quiere, pero está haciendo cosas que no debe —explica mamá con un tono suave—. Deberías dormirte, Aly. —Justo cuando suelta sus palabras, la publicidad termina y se escucha una voz del otro lado de la línea provocando que mamá salga de la habitación.
Acto seguido, veo como mi hermana lanza su celular al sofá para luego tomar mi pijama y ayudarme a ponérmela. Cuando estoy lista, ella se acuesta a mi lado para esperar a que me duerma, sin embargo, yo no tengo intenciones de hacerlo aún.
—¿A dónde van las personas cuando mueren? —inquiero.
Desde mi posición la veo tragar saliva al escucharme. Gira su cabeza para mirarme fijamente con sus penetrantes ojos oscuros que ahora mismo no expresan más que tristeza.
—Supongo que van al cielo, se quedan con nosotros sin que podamos verlos o van a vivir en la luna. Nadie lo sabe con exactitud.
Su respuesta me deja llena de inquietud. No sabía que existía la posibilidad de que las personas subieran al cielo cuando mueren y, honestamente, me parece que es aterrador.
Dolería mucho caer desde el cielo si tropiezo con una nube.
—¿Entonces no sabemos exactamente a dónde iré si la operación no funciona y muero? —En mi tono es muy notable el miedo—. ¿Qué voy a hacer si me pierdo y no sé a dónde ir? ¿Quién cuidará de mí?
Traga saliva de nuevo y sus ojos se llenan de lágrimas que no deja escapar.
—Alyssa, tú no te vas a morir. —Su tono es débil, apenas puedo escuchar sus palabras—. Todos estamos haciendo lo que es mejor para ti. No te someteríamos al trasplante si no confiaramos en lo superarás. Eres una niña muy fuerte y te prometo que todos los doctores harán su mejor trabajo para que la operación salga bien.
»Te vas a curar. Voy a estar a tu lado cuando salgas del quirófano y seré la primera en abrazarte cuando despiertes.
Jessie es la persona más inteligente que conozco, por lo que sus palabras siempre me dejan tranquila.
—¿Estás segura de todo eso? —cuestiono.
—Completamente.
Esa palabra es suficiente para que me levante y la envuelva en un fuerte abrazo que ella me devuelve con mucho cariño.
—Yo te amo, Jessie —digo para luego depositar un beso en su mejilla izquierda y volver a acostarme—. Espero que todo te salga bien mañana para que puedas verme pasado mañana antes de mi operación.
—También te amo, Alyssa. —Esboza una media sonrisa—. Eres la mejor hermanita.
Al escuchar sus palabras, cierro los ojos. Antes de que pueda quedarme dormida, escucho como la puerta se abre anunciando que mi madre ha vuelto.
—¿Se durmió? —Su voz suena lejana—. Ya el banco bloqueó la tarjeta. No podrá utilizarla más.
—Un problema menos —es lo último que oigo antes de dejarme dominar por el sueño.
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Como un cuento de hadas
Historia CortaSi alguien tuviera que describir a Alyssa Weber usando solo tres palabras, esas indudablemente serían: curiosa, traviesa y bondadosa. Esa escurridiza niña de cinco años lucha contra todos los dragones que la acechan a ella y a su familia, sin embarg...