A los cuatro años descubrí lo que es la muerte.
Un vecino falleció y acompañé a mi madre a darle las condolencias a su familia. No entendía por qué todos lloraban rodeando una enorme caja marrón. Me asustó mucho ver a tantos adultos sollozando al mismo tiempo, en ese momento pensaba que los únicos que derramabamos lágrimas éramos los niños.
Cuando volvimos a casa, le pregunté a mi madre qué había pasado con el adulto de cabello blanco y por qué todos estaban tan tristes. Ella me explicó que cuando el corazón de una persona deja de latir, esa persona se duerme y no vuelve a despertar.
Lo que más me llamó la atención de las declaraciones de mi progenitora fue que dijo que todos los corazones, tarde o temprano, dejan de latir.
En el momento en el que el dragón comenzó a atacarme, me di cuenta de que la muerte también me estaba persiguiendo.
Todos los días desde que fui diagnosticada me he repetido mentalmente la misma oración: no quiero morir todavía. No cuando aún no aprendo a atarme las agujetas o cuando no he podido volar en un avión. No tengo ganas de dormirme sin antes conocer lo que justo ahora desconozco y no quiero que la vida deje de latir en mí cuando sigo sin descubrir que hay después.
Sin embargo, fue inevitable no familiarizarme con la posibilidad de que el dragón acabaría conmigo en cualquier momento, y es por eso que, la partida de alguien que quiero, se siente tan incorrecta.
—¿Aly? —susurró mi madre con la voz temblorosa caminando en mi dirección—. Mi princesa...
—¡Mamá! —exclamé emocionada.
No veía a mamá desde un día antes del trasplante, me alegró que estuviera conmigo otra vez.
—Hija... —Su voz quebrada me alertó y me ayudó a darme cuenta de que, bajo esa mascarilla azul y anteojos transparentes, había lágrimas de dolor.
—¿Por qué lloras, mamá? —pregunté ladeando la cabeza en medio de mi curiosidad—. ¿Algo salió mal con mi trasplante? ¿Papá peleó contigo otra vez? ¿Jessie sigue en terapia intensiva? ¿Oliver volvió a hacer cosas malas? —Solté las posibles razones para que ella estuviese triste.
Ella permaneció de pie junto a mi cama, secando sus lágrimas con la manga de su bata.
—Jessie... —murmuró entre sollozos, buscando la fuerza para poder formular otra palabra—. Tu hermana se fue, Aly.
Me quedé observándola por unos segundos. No soy buena consolando a otros, de hecho, me incomoda ver a las personas llorar cerca de mí. Pero hoy se sentía erróneo no ser un hombro donde mi progenitora apoyara su cabeza. Era la primera vez que la veía tan destruida, su mirada no expresaba más que una inmensa tristeza.
—¿A dónde se fue? —interrogué con la voz temblorosa, temiendo que algo que saliera de mis labios aumentara su dolor—. No llores, mami. Ella volverá, Jessie se ha escapado de casa muchas veces y siempre vuelve —confesé uno de los secretos que mi hermana me pidió que guardara, esperando que eso ayude a tranquilizar a mamá.
En cambio, todo lo que ocasionaron mis palabras fue que más lágrimas se deslizaran por sus mejillas y que un coro de sollozos abandonara su garganta.
—Ella no volverá —dijo luego de acercarse más a mí y acariciar mi cabeza—. Jessie se fue al cielo.
Fue cuando la última palabra fue dicha que lo entendí.
Los adultos suelen suavizar el término «muerte» prometiendo que es un sinónimo de «ir al cielo», sin importar que no tienen la certeza de que realmente vas ahí al morir.
Las lágrimas no tardaron en salir y una ráfaga de preguntas que querían ser formuladas en dirección a mamá se quedaron atrapadas en mi garganta, provocando un remolino dentro de mí.
Yo no debería estar recibiendo esta noticia, se suponía que iba a ser yo.
Ahora mismo recuerdo a la castaña de melena larga abrir la puerta de su habitación con pereza, veo su sonrisa llena de metal cuando mamá anunciaba que había comprado boletos para ir al cine y la veo moviendo en círculos la cuchara antes de hacerla aterrizar dentro de mi boca simulando que era un avión. Estoy segura que extrañaré verla tontear con su celular y cantar a todo pulmón las canciones en francés que tanto le gustaban.
Sé que solo quiero que siga viva, sin importar que olvide recogerme en la escuela cien veces más o que me regañé por tocar sus pinturas.
¿Por qué su corazón dejó de latir?
«Tarde o temprano», recuerdo las palabras de mi madre cuando me explicó qué es la muerte y es inevitable que no se sientan como puñaladas cuando sé que para Jessie fue muy temprano.
ESTÁS LEYENDO
Como un cuento de hadas
ContoSi alguien tuviera que describir a Alyssa Weber usando solo tres palabras, esas indudablemente serían: curiosa, traviesa y bondadosa. Esa escurridiza niña de cinco años lucha contra todos los dragones que la acechan a ella y a su familia, sin embarg...