—Los vendré a visitar seguido —promete papá con su mirada fija en mí.
Estamos de pie junto a la puerta principal de nuestra casa. Él sostiene con su mano derecha su maleta mientras que con la otra sostiene, como de costumbre, su teléfono móvil. Yo llevo puesto el pijama con el que mi madre me vistió en la madrugada sin hacer nada más que observar esos ojos rodeados de ojeras.
—Está bien —respondo sin ánimos.
—Adiós, princesa.
—Soy un hada madrina —corrijo y él solo me sonríe antes de marcharse.
Cierro la puerta luego de adentrarme a la casa. Soy la única que se despidió de mi padre; a pesar de que él tocó repetidas veces las puertas de las habitaciones de mis hermanos, ellos no abrieron y solo gritaron malas palabras desde adentro. Mi madre estuvo en la cocina preparando el desayuno sin prestarnos atención.
—Ya se ha ido —grito con la intención de que la mujer en la cocina me escuche.
—Alyssa, ¿por qué no sales a jugar afuera? —propone desde su lugar.
—No quiero, todavía me duelen las piernas y manos —le recuerdo.
Mamá no responde y lo único que escucho son el sonido de sus pies contra el piso acercándose cada vez más a mí. Se pone de pie junto a la mesa de vidrio que está en medio de la sala y frunce su entrecejo en mi dirección. Lleva puesta su pijama, sus pies están descalzos, su cabello está recogido en una coleta alta y su rostro se ve cansado, ojeroso, pálido e hinchado. Ha estado llorando aunque en estos momentos luce calmada.
—Luego de que desayunes te daré algo de medicina para el dolor —sentencia y suelto un quejido.
—No tengo hambre, solo tengo mucho sueño.
—Alyssa, no me parece para nada normal que no quieras hacer nada. Tú siempre quieres estar corriendo de un lado a otro y gritando como loca. —La preocupación en su tono es totalmente evidente—. Te llevaré al médico.
Luego de escuchar sus palabras y su tono de voz me queda más que claro que es inútil quejarse; ella me llevará al médico diga lo que yo diga. A mí me gustan los doctores porque son personas que tienen la solución a todas nuestras enfermedades, pero detesto cuando quieren penetrar una aguja en mi piel. Odio las inyecciones.
Tres horas después estamos en un consultorio pediátrico frente a un hombre con bata blanca. Se dedicó a examinarme de pies a cabeza, pidió a su asistente que me llevara a hacer algunas radiografías y luego me recetó algunos medicamentos para eliminar mi dolor.
—Es normal que a esta edad Alyssa experimente esos dolores ya que su cuerpo está en constante actividad e indudable crecimiento —habla el pediatra—. Podemos controlarlos con analgésicos, masajes y estiramientos.
»Después de haber revisado la radiografía y examinado a Alyssa, puedo determinar que podremos estar tranquilos ya que son dolores del crecimiento. Puedo asegurar que con la primera dosis de medicina desaparecerán.
Al escuchar las palabras del médico, mi madre y yo volvemos a casa estando más tranquilas.
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Como un cuento de hadas
Short StorySi alguien tuviera que describir a Alyssa Weber usando solo tres palabras, esas indudablemente serían: curiosa, traviesa y bondadosa. Esa escurridiza niña de cinco años lucha contra todos los dragones que la acechan a ella y a su familia, sin embarg...