CAPÍTULO 42

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Ese sábado tenía planes para dormir hasta tarde. Ya estábamos en abril y faltaba menos de un mes para la libertad, lo cual me relajaba y me ponía ansiosa a partes iguales.

Estaba tranquila porque prácticamente mi jefe últimamente pasaba de mi. Ni me trataba bien, ni me trataba mal. Si bien, conforme pasaba el tiempo y a pesar de lo ambiguo de su forma de ser conmigo, podía decir que lo conocía bastante bien y sabía bien que algo le preocupaba, pero si tenía que ser absolutamente sincera no me importaba que le pasaba.

Mi sueño se vio interrumpido por una llamada. No contesté, pero al rato volvió a sonar así que no me quedo otra que atender. Revolví entre las sabanas para encontrar mi móvil, antes de contestar me aventuré a ver qué hora era, las 8 de la mañana. No reconocí el número, pero también observé que no se trataba de los números que tenían diferentes compañías para venderte cosas.

- Hola-. Dije somnolienta.

- Buenos días, ¿hablo con la secretaria del señor William Worrington?-. habló una mujer muy seria y yo conteste con "aja" ¿Qué estupidez habrá hecho este tipo ahora? Me pregunté.- Soy Alice Smith de servicios sociales, nos comunicamos con usted porque el señor Worrington no nos responde y el dejó su número en caso de que el no pudiera respondernos-. Aclaró.

- ¿En qué puedo ayudarle?-. contesté mientras me sentaba en la cama para que mi voz saliera más clara.

- Era para avisar que al mediodía estaremos en la casa del señor Worrington ¿podría usted avisarle de nuestra visita?.

- Mmm sí, claro-. Dudé.

- Perfecto, no la molesto mas, adiós.- dijo la señora y no alcancé a contestarle que ya había cortado la llamada.

Maldije en voz alta a mi jefe, menos mal que le dejé en claro en varias oportunidades que no me metiera en sus asuntos personales.

Seguidamente me dispuse a llamarlo y poder seguir durmiendo. Llamé varias veces y nada de nada. Revisé su ultima conexión y me sorprendió ver que fue ayer a las ocho de la tarde o noche.

No me quedó otra que salir de la cama, vestirme, tomar las llaves de mi coche para ir hasta su casa y ver si lo encontraba ahí. La verdad es que ni tendría que haberme molestado en ir a buscarlo, pero sabía que el tema de servicios sociales y la adopción lo tenían muy sensible y no avisarle me podría llegar a costar caro.

A pesar de estar en abril, Londres seguía nublado, lluvioso y frio. Lo bueno de ser un sábado por la mañana es que no había tanto tráfico como los días de semana a esa hora.

Al llegar a la casa, me sorprendió ver varios autos estacionados en el lugar, uno más caro que el otro ¿Qué estaba pasando? Toqué la puerta de entrada y nadie me atendía. Lo medité durante unos segundos y avancé de nuevo a mi coche para buscar la llave que William me había dado aquella vez que organicé la cena y que dejé olvidada dentro de la guantera.

Un desastre me encontré al entrar, zapatos, ropa, vasos, botellas por doquier. Sentí que había pisado algo viscoso y el asco que me dio al ver un condón usado me anticipaba de lo que estaba pasando.

Mi corazón palpitaba rápido y ruidoso a medida que caminaba lentamente hasta la sala.

Me llevé la mano a la boca al ver semejante escena. No lo podía creer. En medio de aquel desastre había demasiados cuerpos desnudos. Todos dormidos, pero en las posiciones en que habían quedado, quedaba claro que habían estado haciendo antes. Ni la gente dedicada a la pornografía podría haber montada semejante orgia. Aunque intenté no mirar, me fue imposible. El piso se encontraba regado de condones, salpicado con Dios sabe qué cosa. Incluso había pestañas postizas y mechones de extensiones. También detecté ropa interior de mujer colgando del candelabro ubicado en el medio de la estancia. Sin hacer mucho ruido, como si de un fantasma se tratara, empecé a buscar al hijo de puta de William Worrington. A medida que iba mirando los cuerpos, me asqueó el darme cuenta de que muchos de los hombres presentes aun tenían su miembro dentro del cuerpo de algunas de las mujeres que allí había, incluso algunas tenias juguetitos en sus cuerpos ¿Cómo podían dormir así? Miré la mesa que estaba en el centro y un polvo blanco la adornaba, además de un cenicero repleto de cigarros y habanos. Empecé a sentir muchas nauseas, el olor en el lugar era nauseabundo. Supongo que ahora entendía la razón de mi herpes.

Destrucción (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora