CAPÍTULO 68

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Aquello había sido raro e incómodo, su cercanía hizo que el miedo recorriera mi columna vertebral. Toda acción de él hacia mí me parecía mentira, una hipocresía total ¿cómo podía actuar de esa manera después de todo lo que pasó?

Otra cosa que no entendía era porque la madre de los Worrington actuó como lo hizo. No entendía qué problema tenía conmigo, pero se vinieron recuerdos a mi mente de que, a ella, cuando éramos niños, también le molestaba mi amistad con Thomas. De todas maneras, aquellos recuerdos no aclaraban mis dudas, más bien, hacia que estas fueran mayores.

Aquellos pensamientos no me dejaban dormirme. Pero dejé que avanzaran porque Abel me había mandado un mensaje diciéndome que no me preocupara por ir por la mañana a la compañía, que nos veíamos a la tarde y que descansara.

Por la mañana me levanté ni muy tarde ni muy temprano. Mi madre se encontraba en la casa y le conté todo lo que había ocurrido con Thomas, le comenté que me había encontrado con "él", pero no le di ningún tipo de detalles al respecto.

Sobre el mediodía y luego de echarnos unas risas con mi hermano al que todo le hacía gracia, me marché a la compañía Arafat. Aquel día iba a ser el primero en que conduciría después de más de un año. John me sugirió que usara uno de sus autos ya que mi mini cooper viejo necesitaba más fuerza para presionar los pedales y demás, así que uno moderno me iría mejor.

El día era igual de caluroso que el de ayer. Y a esa hora todavía más. No me gustaba aquel clima, necesitaba un poco de nubes y lluvia. Igual estaba más que segura que luego de dos días así, era muy probable que aparezca alguna tormenta que acabara con aquello. Igual la gente de Londres agradecía y disfrutaba enormemente aquellos días, ya que eran pocos al año.

Mientras iba entrando a la compañía me di cuenta sobre mi aspecto. Mientras todos iban en vestidos impecables y bien peinados, yo iba de una simple camiseta de mangas cortas color gris claro, un jogging y zapatillas. Me sentía afortunada de no tener que bancarme el ir todo el día con zapatos. El señor Arafat había sido muy amable en ese sentido.

Al llegar a mi piso y a mi oficina y enseguida me puse con los pendientes que había dejado el viernes. La cosa no dejaba de asombrarme, cuando parecía que encontrábamos por donde podían venir las fugas de dinero, algo más encontrábamos que daba a entender que todo estaba bien y así estábamos hace meses. Laboralmente me sentía frustrada. Para colmo, el que ahora Omar pasara totalmente de mí, no ayudaba en nada. A este punto no sabía que seguía haciendo allí.

Estaba viendo atentamente unos balances hasta que escuché como la puerta se abrió. Era Abel. Él siempre entraba sin tocar o preguntar siquiera si podía pasar.

- Espero que me hayas traído algo para tomar, el día está sumamente...

Corté lo que estaba por decir cuando me di cuenta de el olor que de pronto sentí no era el característico perfume de Abel, este era uno más fuerte, era el que Omar utilizaba. Levanté mi mirada y él estaba allí, enojado.

- ¿SE PUEDE SABER PORQUE VIENES A ESTA HORA A TRABAJAR? -. me gritó y yo me encogí en mi silla.

- Abel me dijo que podía venir a esta hora-. Le dije con calma.

- AQUÍ EL QUE ME MANDA SOY YO Y NO ABEL-. Manifestó apoyándose en mi escritorio, queriendo acercarse a mí.

- Lo siento. Ayer mi amigo tuvo un accidente fuerte y fui hasta al hospital para ver cómo estaba, Abel también estaba allí y me dijo que podía venir a esta hora-. Le aclaré.

- Ese tipo de licencias solo se pueden tomar si la persona internada es familiar-. Me dijo ahora más calmo, pero era evidente su enojo.

- No lo sabía, si lo hubiese sabido no lo hubiese hecho. La próxima no se repetirá-. Le aclaré fríamente porque ya me estaba empezando a enojar su actitud de mierda. - ahora si no te molesta me gustaría seguir trabajando-. Lo invité a marcharse.

Destrucción (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora