Lecturas

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William y Sherlock se encontraban descansando en su habitación la noche del 3 de enero. Ambos estaban sumergidos en sus lecturas mientras que el rubio se encontraba leyendo una novela su prometido leía noticias en su celular. El primero se entretenía bastante con las exclamaciones del otro quien de vez en cuando murmuraba que la resolución de los casos era tan sencilla que un niño de cuatro años podría lograr dar con el culpable. William pensaba que este fácilmente pudo haberse convertido en detective o al menos trabajar formalmente para Scotland Yard. Sin embargo era imposible negar que a este le encantaba experimentar y crear nuevas sustancias, lo cual era bastante bien reconocido entre sus compañeros de trabajos quienes lo respetaban como farmacéutico.

Sherlock no solía hablar mucho acerca de los pormenores de su trabajo, sino que prefería relatarle las partes emocionantes en un intento de impresionarlo. Pero el profesor de matemáticas le decía que no había necesidad de aquello pues ya lo encontraba completamente grandioso y admirable. Aun así lo escuchaba pues le agradaba ver como los bellos ojos azules del otro brillaban intensamente, mientras le contaba acerca de los nuevos avances que estaban logrando en la farmacéutica. William realmente amaba escuchar sobre aquello cuando ambos compartían la cena en su comedor.

Aquellas vivencias cotidianas le llenaban de calidez y al igual que el otro el rubio también buscaba impresionarlo. Ya que convertía los pequeños hechos de su jornada en una historia sumamente interesante utilizando su elegante narrativa. Sherlock le dijo una vez que incluso cuando narraba lo que comió en el almuerzo, lo hacía de una manera tan bien elaborada que fácilmente podría ser una escena de una película. Por otro lado afortunadamente el hombre de cabello oscuros no había tenido que ir a algún viaje de la farmacéutica otra vez, así que han aprovechado a pasar todo el tiempo que puedan juntos.

-No entiendo porque aún no atrapan al criminal, ¡Es obvio!- se quejó Sherlock mientras leía una noticia de asesinato.

-¿No crees que ya has leído muchas noticias sensacionalistas, Darling?- sin dejar de leer su libro.

-Mi querido Liam, nunca es suficiente- mientras volvía a lo suyo.

-Si tú lo dices- dijo a la vez que rodaba los ojos, pues nunca terminaría de comprender la fascinación de su prometido por aquel tipo de noticias.

Después de un rato Sherlock termino de leer todos los artículos del día en su diario virtual favorito. Entonces se le ocurrió una idea y miro con una sonrisa coqueta al rubio a la vez que tomaba su muñeca, la que besó haciendo que este levantara una ceja.

-Liam, estás bajo arresto.

-¿De qué se me acusa señor detective?- siguiéndole el juego pero sin dejar su lectura.

-Te has robado mi corazón- mientras le guiñaba un ojo.

-Eres tan malo en esto- dijo William ahogando una risa .

-¿Te han dicho algo mejor?- preguntó Sherlock sintiendo una pizca de celos en su pecho.

-Puede ser, una vez uno de mis estudiantes de la universidad me dijo que ni en mis clases de matemáticas se perdía tanto como en mi mirada- mientras observaba con diversión como el otro hacía un mohín.

-¡Liam!- se quejó Sherlock.

-No te preocupes Sherly, esas líneas que tú sueles decirme son mucho mejores y sumamente dulces. Ven aquí- mientras se reía suavemente y ponía su marcador de páginas para dejar el libro encima de la mesa de noche.

Entonces William para poner de mejor humor a su prometido lo envolvió con sus brazos colocando la cabeza del otro contra su pecho. Sherlock acepto de buena gana aquel gesto y disfruto mucho las suaves caricias que su Liam le brindaba a su cabello. Igualmente como si este quisiese demostrarle que era capaz de decir mejores líneas, se dedicó a darle todo tipo de halagos. Tanto que el hombre de ojos azules tuvo que pedirle que parara, ya que estaba sonrojado hasta las orejas.

Entre libros de química y matemáticasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora