La colada

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No supo el porqué, pero lo primero que se le pasó por la cabeza fue que podía acostumbrarse a despertarse todas las mañanas junto a Astrid.

Por supuesto, estaba más dormido que despierto cuando lo pensó, pero realmente le gustaba la visión de tenerla acurrucada a su lado, con las piernas enlazadas a las suyas, su cabello dorado extendido por la almohada y su rostro tranquilo y dormido contra su pecho. Cuando su mente adormilada consiguió despejarse por fin, su corazón dio un vuelco.

¿Cómo demonios habían terminado así?

Un fuerte rubor cubrió su rostro e, ignorando su erección mañanera que le dolía más de lo habitual, intentó deslizarse fuera de la cama para que la bruja no se despertara. Astrid gruñó en sueños, pero no se inmutó cuando Hipo consiguió sacar una pierna. Escurrió su cuerpo hacia fuera e intentó apartarla con cuidado de su pecho, pero Astrid se removió molesta y se pegó aún más a él. Habiendo sacado ya la mitad de su cuerpo y al carecer de pie en el que apoyarse, Hipo perdió el equilibrio y se cayó de la cama, despertando a Astrid golpe. La bruja miró al vikingo con cara de pocos amigos y con el sueño todavía nublando sus bellos ojos:

—¿Qué demonios haces?

—Nada —respondió él malhumorado—. Quería salir de la cama sin tener que despertarte.

Hipo siseó de dolor cuando se sentó y Astrid se colocó de rodillas sobre el colchón, justo tras él. Los dedos fríos de la bruja palparon su espalda con suma delicadeza a la vez que Hipo se colocaba la prótesis. Ahogó un grito de dolor cuando Astrid presionó contra su omóplato izquierdo.

—Lo tienes muy cogido —observó ella preocupada—. Necesitas guardar reposo y probablemente tomar algo para el dolor. Puedo prepararte unas hierbas que...

—No —le interrumpió él—. No tengo tiempo, tengo que volver a casa antes de que mi padre mande otra partida de búsqueda y solucionar todo el embrollo de ayer con las pretendientas —suspiró cansado—. Me espero un día largo y siento que no he descansado nada. Lo poco que he dormido me lo he pasado soñando con cosas que ahora ni siquiera recuerdo.

Astrid arrugó el gesto, demostrando su desacuerdo de esa forma tan airada y arrogante como era ella, pero no replicó, quizás porque ya le conocía lo suficiente como para adivinar que no iba a cambiar de opinión. Hipo terminó de ajustarse su prótesis y se levantó cuando, de repente, la bruja cogió su camisón con intención de quitárselo.

—¿Qué haces? ¿No ves que sigo aquí?

La bruja puso los ojos en blanco.

—De verdad, los humanos sois demasiado pudorosos —puso sus brazos en jarras, impaciente—. ¿Puedes irte ya entonces? Debe ser casi mediodía y es probable que me coma una buena bronca de Gothi por levantarme tan tarde.

—¿Y cómo pretendes que salga de aquí, lista? —preguntó Hipo de mala gana cruzándose de brazos.

—¿Por la ventana?

—Como tengo la espalda no sé si ni siquiera podré subir por ella —se excusó el vikingo.

Astrid chasqueó la lengua, irritada al tomar conciencia de su problema, y se puso en pie sobre la cama para asomarse por la ventana.

—¡Ey, tú! ¡Acércate un momento!

Hipo entró en pánico por un instante al pensar que Astrid estuviera llamando a otra persona que anduviera por allí, pero volvió a meterse dentro con un Terrible Terror tembloroso en sus brazos. Astrid se dirigió al dragón:

—¿Sabes quién es él? —preguntó Astrid señalando a Hipo.

S... sí, es el humano del Furia No... Nocturna —balbuceó el pequeño dragón.

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora