Ecos de Euforia (Parte II)

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Eyra Andersen era una mujer de gustos muy sencillos.

Lo que más le gustaba era despertarse antes que su recién estrenado esposo y contemplar la serenidad y la belleza de su rostro mientras dormía plácidamente. Cierto era que apenas habían dormido esa noche, pero había sido su noche de bodas y Erland era un amante tan apasionado como incansable. Eyra se había despertado a las pocas horas de salir el sol con calambres en sus piernas y con la sensación de que una manada de Gronkles había pasado por encima de ella. Eso por no mencionar la horrorosa resaca que azotaba su cabeza sin piedad alguna.

Sin embargo, era feliz.

¿Qué demonios? ¡Era inmensamente feliz!

Hasta el día anterior había sido Eyra Andersen, pero tenía que acostumbrarse a ahora su nombre era Eyra Hofferson.

Aún se le hacía raro asociar su nombre a ese apellido, pero supuso que era algo a lo que no tardaría en acostumbrarse. O al menos eso esperaba.

Los últimos meses habían sido una verdadera locura. Desde que Erland le había confesado sus sentimientos durante la boda de Estoico y Valka, Eyra le había convencido para mantener su romance en secreto para asegurarse de que realmente estaban tomando la decisión correcta. Eyra temía la reacción de la familia de Erland, sobre todo la de su madre, Asta, con quien no mantenía una relación precisamente buena. Erland no estaba contento con que se escondieran del resto de la aldea, sobre todo cuando su romance cogió un cariz más sexual, dado que ella era la única de los dos que se exponía a echar a perder su reputación. Además, Erland seguía presionado para que tomara nupcias lo antes posible y los rumores respecto a un posible enlace entre los Hofferson y los Gormdsen estaban cada vez más presentes entre los chismorreos de la aldea.

Sin embargo, aunque sonara raro decirlo, Erland solo parecía tener ojos para ella.

Durante el día, le lanzaba miraditas cómplices, buscaba cualquier excusa para saludarla e incluso se inventaba alguna que otra dolencia para estar con ella a solas y besarla. Eyra estaba abrumada por el amor que Erland parecía sentir hacia ella, aún incapaz de creerse que todo aquello fuera real, pero ella no negaba ninguno de sus cariños ni mucho menos se quedaba atrás. Amaba a aquel hombre con todo su ser y estaba dispuesta a aprovechar todo el tiempo que tuvieran juntos hasta que Erland se diera cuenta de que lo suyo era un amor imposible.

Sus encuentros nocturnos sucedían todas las noches salvo las contadas ocasiones en las que Erland salía de viaje. El vikingo se colaba por la ventana abuhardillada de su cuarto y pasaban la noche juntos hasta que se marchaba cuando salían las primeras luces de la mañana. Tenían que hacer un montón de cábalas para que Gothi no se percatara de la presencia de Erland por las noches, aunque resultaba un poco difícil contenerse cuando se contaba con un amante tan apasionado y sobresaliente como él. Eyra se sentía como en un nube cada vez que estaba juntos y rezaba a Odín todos los días para que aquello no acabara nunca.

No obstante, los dioses no eran misericordiosos y mucho menos con ella. La noche que cumplió diecinueve, Erland le regaló un medallón de oro con un grabado del martillo de Thor. Eyra no comprendió muy bien a qué venía aquel regalo con pinta de ser muy caro y a Erland le pareció divertida su confusión.

—Es una promesa —comentó Erland sacudiendo los hombros.

—¿De qué? —preguntó ella extrañada.

—¿De qué va a ser? De nuestro compromiso.

Eyra palideció ante la mención de aquella palabra y Erland frunció el ceño.

—¿Qué pasa?

—¿Pero de verdad quieres casarte conmigo? —cuestionó ella nerviosa—. Erland, que yo no valgo para su esposa, más si se trata de ser tu esposa.

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