El Festival del Deshielo: Parte II

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A Hipo Haddock le gustaba considerarse un pacifista.

Desde la batalla contra la Muerte Roja y la pérdida de su pie, el heredero de Isla Mema no deseaba más conflictos para su gente ni mucho menos para él. Había luchado desde hacía años para evitar que hubiera más guerra, más violencia y más dolor para su pueblo. La pérdida de su pie le había marcado en tal grado que no deseaba que nadie volviera a sufrir la pérdida de un miembro de su cuerpo o que perdiera un ser querido. Por esa razón, se declaró pacifista tan pronto empezó a ejercer oficialmente como el heredero y el Orgullo de Isla Mema.

Y, aún así, mató a aquel hombre casi sin pensarlo.

No supo ni por qué lo hizo. ¿La ira, quizás? ¿La adrenalina de pensar que iba a morir a causa del vínculo? Tan pronto sintió la puñalada en el muslo de su pierna buena, Hipo supo que debía intervenir como fuera. Mientras se acercaba hasta donde Astrid y el cazador, se arrepintió de haberse dejado su espada en casa, ¿pero cómo demonios iba a saber que en esa noche de fiesta y fanfarria iba a terminar enfrentándose a un extranjero cazador de brujas?

Contuvo un grito cuando sintió un dolor agudo en su frente, como si le hubieran golpeado con un martillo. Observó que Astrid intentaba incorporarse, pero el cristiano reaccionó mucho más rápido y se abalanzó sobre ella echándole algo que tenía en su mano que no alcanzó a ver. Esta vez, Astrid aulló de dolor y, para su enorme confusión, Hipo no sintió nada hasta que, de repente, sus vías respiratorias se cerraron. Se preguntó por qué demonios la bruja todavía no había empleado sus poderes para inmovilizar al cazador, pero no había tiempo.

Ese hombre iba a matar a Astrid y en consecuencia a él si no hacía algo pronto.

Visualizó el cuchillo en la arena, a un par de metros de donde el cazador sofocaba a la bruja. Su instinto de supervivencia le ayudó a coger el arma pese a que la visión se le había empezado a nublar por la falta de oxígeno y cogió del cuello del extranjero para inmovilizarlo. Hipo no supo cómo acertó en la yugular a la primera, pero sintió una fuerte náusea cuando la sangre manó de la herida del cazador como una cascada.

El hombre, sorprendido por el segundo atacante, soltó a Astrid e Hipo sintió que el aire regresaba a sus pulmones. La sangre empapó su ropa y su cara, al igual que la de Astrid, y la bilis subió con rapidez por su exófago a causa de la calidez del líquido espeso contra su piel. Cuando el hombre dejó de resistirse, tanto Hipo como Astrid estaban manchados de arriba abajo de sangre; aunque, por alguna razón, no se atrevió a soltar al cazador y volvió a clavar el cuchillo, esta vez en su clavícula, para asegurarse de que estaba bien muerto.

—Hipo.

Astrid se incorporó no sin esfuerzo para posar su mano sobre la suya que empuñaba el puñal. Aunque era agradable sentir el cosquilleo del vínculo sobre su piel y la frialdad de sus dedos resultaba reconfortante al ardor de la sangre que resbalaba por su piel, Hipo no quiso soltar al cazador. La sangre todavía caliente salía de la herida de la clavícula y ahora caía por el pecho del cadáver.

—Hipo, está muerto —dijo Astrid en un susurro—. Puedes soltarlo.

El vikingo obedeció al instante. El muerto cayó junto a Astrid y, en ese momento, Hipo procesó que realmente había asesinado a una persona. Vomitó junto al cuerpo lo poco que había acumulado esa noche en su estómago y las lágrimas calientes descendían por sus mejillas, mezclándose con la sangre que empapaba su cara. Las manos frías de Astrid acariciaron su pelo y su nuca para reconfortarlo, aunque Hipo intentó empujarla lejos de él, aún horrorizado por lo que acababa de hacer y, al mismo tiempo, avergonzado por su poco estómago. Sin embargo, Astrid no se apartó y retiró el pelo de su cara en un gesto casi tierno. No dijo nada, sabía de sobra que no había nada que pudiera realmente consolar su ansiedad.

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