"... que no levante la voz" (Bodas de sangre - Parte II) (Fin del Acto I)

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Estoico no había podido dormir en toda la noche.

Había vuelto a mover los muebles y limpiado la casa de arriba abajo. No había querido tocar de nuevo la caja de Valka con sus objetos y aquellos polvorientos documentos para no venirse abajo, pero sí que encontró el cuaderno de dibujo que Hipo había olvidado sobre la mesa de cocina. Estoico lo había ojeado con curiosidad, fascinado por el talento que su hijo poseía para el dibujo. Por lo general, la mayoría eran bocetos de inventos, mejoras para la prótesis de la cola de Desdentao, muchísimos dibujos de dragones en movimiento, sobre todo del Furia Nocturna, junto con un montón de anotaciones; y, para su sorpresa, una gran variedad de retratos. Los primeros dibujos parecían hechos a toda prisa, sin mucha precisión y cayó que eran estampas de diferentes miembros del Consejo, los cuales seguramente habría dibujado durante las reuniones. Sin embargo, había también otros retratos mucho más elaborados, sombreados con el carboncillo que parecían dar más volumen y vida a las imágenes. Algunos pertenecían a Bocón y otras a sus amigos o a diferentes personas de la aldea. Había pocos retratos de Estoico y la mayoría estaban sin terminar, aunque estaba sorprendido por cómo Hipo había captado su expresión: cansada, melancólica, pero concentrada, como si estuviera escuchando a alguien que se hallaba fuera del esbozo.

Siguió pasando las páginas y entonces encontró el primer dibujo de Astrid. Era una recreación muy lograda, aunque no perfecta. La nariz era un poco más grande de la que tenía, aunque la expresión irritada de sus ojos las había recreado a la perfección. No obstante, a medida que pasaba las hojas, se encontró con más imágenes de la bruja, cada vez más y más fieles a la modelo y con un trazo menos titubeante. El semblante de la bruja también cambió a medida que avanzaba. Mientras que los primeros bocetos mostraba a una Astrid taciturna y enfadada, el resto la presentaba en diversos estados de ánimo: sonriente, dormida, pensativa, curiosa... Para vergüenza de Estoico, había también bastante bocetos en los que salía desnuda. Iba a cerrar el cuaderno avergonzado cuando observó que había un dibujo de su espalda desnuda llena de marcas, similares a las que había visto en los cadáveres de los Gormdsen, además de cantidad alarmante de cicatrices.

¿Así que ella también las tenía?

¿Por qué? ¿Cómo se las había hecho?

Vista que ya no le quedaba nada mejor que hacer, aprovechó para mandarle otra carta a Alvin disculpándose por no haber sido invitado a la boda. Aunque Isla Mema gozaba de una gran alianza con los Marginados, Noldor no había dado su aprobación para invitar a un grupo de exiliados a la boda de su hijo. Alvin, aún ofendido por semejante desprecio por parte de Beren, apreciaba a Estoico lo suficiente como para no montar un escándalo al respecto. Estoico le había escrito varias veces disculpándose y se había comprometido a visitar a los Marginados tan pronto Noldor regresara a su hogar.

Se pasó el resto de la noche con la mirada perdida en el fuego y a solas con sus pensamientos, bebiendo un té acuoso que se le había quedado frío. Se había puesto a preparar el desayuno cuando escuchó a Hipo tropezarse en su dormitorio, probablemente tras haber entrado por la ventana a escondidas. Le pareció entender que soltaba una palabrota y oyó el paso de su pie metálico resonar contra la madera del suelo de su cuarto. Se preguntó si debía subir a hablar con él, darle ánimos cara a la boda, pero algo dentro de él le advirtió que no era buena idea.

Llevaban sin hablarse desde que Hipo le había expresado sus deseos de abandonar la Jefatura. Desde que, de alguna forma que no lograba comprender, la puerta de su casa se había quemado y ennegrecido bajo el tacto de sus manos.

El Jefe se frotó los ojos agotado. Le había dado demasiadas vueltas al asunto de Hipo, Astrid y la boda y, aún así, no había hecho ningún avance; es más, tenía la sensación de que había dado diez pasos hacia atrás. Sabía que, aunque Astrid se marchara, nada iba a cambiar con su hijo. Hipo no lo iba a perdonar, a pesar de que Estoico seguía teniendo una vaga esperanza de que quizás aprendiera a querer a Kateriina llegado el momento. Aún así, no podía quitarse de la cabeza la conversación con la bruja.

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