Verdades a medias

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Hipo se despertó creyendo que había escuchado a Astrid murmurar algo.

Sin embargo, cuando se incorporó observó decepcionado que su novia seguía profundamente dormida. Volvió a tumbarse y rodeó su cintura con su brazo para pegar su cuerpo contra el suyo. De estar despierta, Astrid se habría quejado del frío y de la humedad del lugar, por esa razón Hipo se aseguraba de darle todo el calor que le era posible.

Llevaba casi cuatro días profundamente dormida.

Cuatro largos y eternos días en los que Hipo había velado su sueño sin apenas pegar ojo. En realidad, tras muchas insistencias de su padre, se había hecho turnos con Brusca para cuidar de Astrid; pero Heather, quien se había despertado a las pocas horas de caer desmayada, le había pedido que dejara de darle vueltas al asunto.

—Fue una descuidada y usó mucha más magia de la que debía, se repondrá —la bruja frunció el ceño ante su gesto dubitativo—. Es Astrid, Hipo. Ella siempre se recupera porque tiene más vidas que un puto gato. Déjalo estar, se despertará cuando tenga que hacerlo.

Hipo sabía que lo haría. Ya había visto con sus propios ojos lo que pasaba cuando Astrid se excedía con el uso de su magia. Tras haber gastado toda su energía en su enfrentamiento contra Anya, la bruja que había intentado matarle antes de su boda, y desvanecerse por el cansancio, Astrid se había despertado a las pocas horas.

Sin embargo, Hipo sabía que esta vez había algo diferente.

Astrid se hallaba en un estado profundo de sueño. Su respiración era regular e Hipo respiró aliviado cuando, a partir del segundo día, había empezado a moverse y a murmurar palabras sueltas en sueños. Aún así, por mucho que Hipo sacudiera su hombro o la llamara, no había manera de que volviera en sí. Así que se vio resignado a seguir el consejo de Heather y esperar a que Astrid se despertara por su propia cuenta.

Además, el propio Hipo también estaba agotado.

El hechizo de transporte había causado que su magia se mantuviera dentro de él en reposo, como si también necesitara recuperarse después de haberla usado desmesuradamente. Se había extrañado de que el vínculo no hubiera causado que él hubiera caído desfallecido como Astrid, pero supuso que al haber estado usando diferentes cantidades de magia, Hipo no había llegado al límite que había sobrepasado su novia.

Hipo volvió a cerrar los ojos y se concentró en escuchar las olas golpear las rocas del exterior para intentar dormirse de nuevo, pero fue inútil. Ya se había desvelado ante la posibilidad de que Astrid hubiera podido despertarse y ahora no iba a poder dormirse de nuevo. Frustrado, Hipo se levantó de la cama y arropó bien a Astrid para que no se quedara fría. Desdentao gruñó al pie de la cama cuando escuchó su piel metálico rozar contra el suelo de piedra e Hipo susurró:

—Voy a bajar un momento a tomar el aire, ¿puedes vigilarla?

Desdentao bostezó.

Sabes que lo haré —respondió el dragón somnoliento.

Hipo rascó sus escamas antes de vestirse y correr la cortina que separaba su cuarto del resto de las galerías. Ando casi de puntillas por el pasillo, procurando no hacer demasiado ruido con el eco de su pie de metal, hasta que alcanzó la escalinata que llevaba hasta la salida de la caverna. Hipo tuvo cuidado de no resbalarse por las escaleras hechas mayormente de sal y recogió su cabello en una coleta baja tan pronto llegó al piso de abajo. Un grupo de gente dormía en el suelo con colchones improvisados hechos de materiales que habían ido encontrando por aquel lugar. Hipo los sorteó como pudo y, cuando por fin salió al exterior, dio una fuerte bocanada de aire.

El resplandor de la luna menguante ocultaba el brillo del manto de estrellas que cubría el cielo nocturno e iluminaba la playa con cierta timidez. Aunque todavía hacía frío, Hipo sintió el viento sur golpear su cara y enredar su cabello. Miró hacía la montaña, formada mayormente de sal solidificada y roca, y pudo apreciar la fisura de la habitación que compartía con Astrid. Aquel lugar era muy tranquilo, tal vez demasiado, y era algo más pequeño que la Isla de los Marginados. Estaba seguro que en su día había sido un sitio repleto de vida, aunque ahora no era más que un lugar vacío y sin alma.

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