El corazón del Archipiélago (Parte I)

502 28 6
                                    

El plan era sencillo.

Demasiado sencillo, había querido matizar la propia Brusca tras escuchar la estrategia planteada por Hipo y Astrid en su primer concilio de guerra con las brujas del Nakk.

Pese a que no destacaba por ser una gran guerrera, Brusca era una vikinga acostumbrada a confrontar las cosas de frente. Sin embargo, la estrategia planteada por Hipo y Astrid presentaba una idea completamente distinta: infiltrarse en la isla para liberar a la población local que todavía vivía allí y derrocar a la Jefe actual. La ayuda de las espías de Iana fue imprescindible para comprender a qué escenario se enfrentaban. Isla Mema estaba en un estado decadente y sometida a la tiranía de Ingrid Gormdsen, quien al parecer mantenía una estrecha relación con Drago Bludvist, hasta el punto que permitía atracar su barco de prisioneros en el embarcadero de la isla. Se había corroborado que Le Fey y Thuggory habían estado recientemente en la isla, pero al parecer estaban atendiendo asuntos en el oeste del Archipiélago y no se sabía bien cuando tenían intención de regresar.

—Le Fey se aparecerá en la isla tan pronto sepa que estamos atacando Isla Mema —comentó Iana preocupada—. Si ella entra en el juego estamos jodidos.

—En realidad, lo que debe preocuparnos es que Le Fey no puede enterarse bajo ninguna circunstancia de que Isla Mema está siendo atacada —argumentó Astrid pensativa.

—Claro, porque la Reina del Salvaje Oeste no se va a enterar de que una de los puntos estratégicos más importantes del Archipiélago está siendo atacada por los fugitivos más buscados del Barbárico —apuntó Sylvie con sarcasmo.

Astrid se esforzó en no perder la compostura, pero resultaba evidente que la general del Nakk le sacaba de quicio a unos niveles preocupantes. No obstante, se esforzaba por mantener siempre un tono cortés con la bruja y no mostrar la ira que debía estar guardando para sí.

—Solo hay algo que a Le Fey le preocupa por encima de cualquier cosa y que es capaz de dejarlo todo para protegerlo.

—¿El qué? —demandó saber Estoico que se encontraba a su lado.

—Su aquelarre.

La reina y la general del Nakk jadearon escandalizadas, mientras que el resto de la salas las contemplaban claramente confundidos. Astrid carraspeó algo incómoda.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Hipo sin comprender qué estaba pasando.

—Ninguno de los presentes sabemos dónde se esconde el aquelarre de Le Fey, solo ella —señaló Sylvie horrorizada.

—¿Y qué hay de malo en eso? —cuestionó Alvin molesto por tanto dramatismo—. Es más, ¿por qué coño nunca dijiste nada, bruja? Quizás habríamos acabado mucho antes si nos hubieras contado dónde estaban sus brujas para matarlas nosotros mismos.

Astrid apretó los puños mientras tomaba aire profundamente. Estaba muy tensa, casi podría pensarse que estaba a punto de romper a llorar, y no fue capaz de pronunciar palabra. Hipo posó su mano contra su espalda y sus hombros se relajaron casi al instante.

—Para una bruja es inevitable no ser fiel a su aquelarre —defendió Iana sin dejar de mirar a la rubia—. ¿Podríais alguno de vosotros traicionar a un miembro de vuestra familia? Esto es lo mismo.

—Pero Astrid y Le Fey... —empezó a decir Brusca confundida.

—Una cosa es la reina y otra muy distinta el aquelarre —explicó Astrid con suavidad—. A veces se confunden, pero para mí jamás fueron lo mismo. Nunca tuve una buena relación con las brujas de mi aquelarre, pero llegué a considerarlas como mis hermanas porque eran la única familia que tenía. Es más, Sylvie estará de acuerdo conmigo que cuando te conviertes en general es imposible no preocuparse y sentir un vínculo especial con el aquelarre. Eso no desaparece nunca.

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora