Sin mirar atrás

562 33 10
                                    

Astrid se despertó con la sensación de que estaba cayendo al vacío.

Abrió los ojos desorientada, temblando y muerta de frío. Su corazón latía con tal fuerza que le dolía el pecho y tenía un nudo en la garganta que no le permitía respirar bien. Se hizo un ovillo para intentar calmarse; aunque se estremeció cuando sintió movimiento a su lado.

—Tranquila, soy yo.

Su cuerpo se relajó al instante cuando la cálida mano de Hipo se posó sobre su piel. El vikingo la empujó contra él y Astrid se giró para ocultar su rostro en el hueco de su cuello. Hipo acarició su espalda hasta que ella dejó de temblar. La bruja aspiró su aroma a brisa salada y a humo.

—¿Otra pesadilla? —preguntó Hipo preocupado—. ¿Quieres hablar de ello?

—No lo recuerdo —confesó azorada—, pero no me atrevo a dormirme de nuevo.

—¿Quieres que salgamos a dar un paseo por la playa?

Astrid reflexionó un momento.

—No, mejor voy sola —respondió la bruja con voz cansada rompiendo el abrazo para sentarse en la cama—. ¿A qué hora te has dormido? Te sentí acostarte bastante más tarde que yo.

Hipo no respondió, causando que Astrid resoplara frustrada.

—¿Otra vez? —preguntó la bruja irritada.

—Lo siento —se disculpó el vikingo avergonzado.

Astrid volvió a tumbarse y pegó su cuerpo al suyo para acariciar su mejilla. Sus dedos sintieron el cosquilleo de su barba sin afeitar desde hacía un par de días y, aunque estaba demasiado oscuro para ver nada, sabía que su hermoso rostro estaba marcado por el agotamiento y el insomnio forzado.

—Esta noche tomas poción del sueño y me da igual lo que digas. No puedes seguir así.

—Astrid, no empieces...

La bruja bufó ante su tono molesto y se levantó de la cama para tantear en la oscuridad algo que pudiera ponerse sobre la túnica que le había robado a Hipo para dormir. El vikingo suspiró frustrado, consciente de que si Astrid se marchaba era para no discutir con él. A ninguno de los dos les gustaba hacerlo, pero no era conveniente que terminaran echándose los trastos a la cabeza a la mínima de cambio. Ambos tenían un carácter fuerte y, desde hacía meses, había quedado demostrado que era fácil perder el control sobre sí mismos cuando se enfadaban. La magia de Hipo era peligrosa; pero la de Astrid, se había vuelto inexplicablemente impredecible desde que habían abandonado Isla Mema, casi como si hubiera adquirido su propio carácter y se revelara contra ella.

La bruja encontró una manta y se la colocó sobre sus hombros. Tropezó con sus botas, aunque no se las puso. Hipo se había girado en la cama resignado, probablemente dándole la espalda. Astrid no pudo evitar imaginarse su espalda desnuda llena de cicatrices, la cual la conocía tan bien como la palma de su mano. Terminó retirándose al caer que se había quedado mirando demasiado tiempo sin decir nada. Tuvo que contenerse a sí misma para no volver a la cama para abrazarse a ella.

El aire fresco y salado golpeó contra su rostro cuando salió de la casita. Escuchó los ronquidos de los dragones durmiendo en la caverna que se situaba justo al lado, aunque ella tomó el sendero que bajaba dirección a la playa. La arena estaba fría bajo sus pies y tuvo que abrazarse a sí misma cuando el viento rascó contra su piel. Los días se habían vuelto bastantes frescos en comparación a cuando se habían instalado allí, pero las jornadas del otoño eran como las de verano en Isla Mema, por lo que Astrid sobrellevaba el frío bastante bien. Además, la temperatura del agua del Mediterráneo era infinitamente más cálida que la del Archipiélago, donde bañarse era impensable a menos que se quisiera coger una hipotermia.

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora