La niebla

647 26 29
                                    

—¡Puta mierda!

Hipo se mordió la lengua tan pronto soltó la palabrota. Alzó la mirada en dirección a Tadd, quién había levantado la vista un segundo al escucharle hablar en nórdico, pero enseguida volvió a lo suyo al entender que no estaba hablando con él y que sencillamente había vuelto a equivocarse con la calibración de los arpones. Hipo soltó un suspiro cansado. Bocón ya le habría gritado que iba a lavarle la lengua con jabón, aunque él blasfemara más que un marinero.

La herrería de Isla Mema siempre había estado repleta de gritos, ruido por el paso de los dragones y de los vikingos y, sobre todo, de risas.

La herrería de Fira, en cambio, era igual de animado que un funeral.

Casi nadie se pasaba nunca por allí y Tadd era el tipo más callado y taciturno que Hipo había conocido en su vida.

Sin embargo, era un hombre increíblemente metódico, tanto que Hipo apenas tenía que cruzar una palabra con él si seguía sus procedimientos al pie de la letra. En cierto sentido trabajaban de una forma muy similar. Era rara la vez que entraran pedidos de armas, así que por lo general se reducían hacer arpones para los pescadores de Fira, rejas, varillas y materiales para el hogar. Hipo jamás tuvo tiempo para aburrirse en su antiguo empleo en la herrería de Bocón; es más, siempre tenía margen para mejorar y experimentar con los metales, pero en la herrería de Fira todo era diferente: su trabajo era aburrido, monótono y el día se le hacía eterno hasta que terminaba su turno.

Además, para marear más la perdiz, Tadd no se fiaba de él. Su trabajo era constantemente supervisado por el herrero y lo que no estaba acorde a sus criterios había de repetirse. Al principio, Hipo se mostró molesto cuando rechazaba sus trabajos.

—Dime al menos qué es lo que no te gusta —demandaba el vikingo.

—No lo has hecho como te he dicho que lo hagas —replicó con sequedad.

—Pero el resultado es el mismo —se quejó él.

—No te pago para que lo hagas a tu forma —concluía él sin levantar la voz y enfocado en su trabajo—. Si tienes algún problema puedes irte por donde has venido.

Tadd no estaba casado ni tenía hijos, pero vivía con su madre y era el mayor de cuatro hermanos. A diferencia de él, su familia era extrovertida y ruidosa, como el resto de los pueblerinos de Fira. Contaba con más sobrinos de los que Hipo había sido capaz de contar y una de sus hermanas, Filippa, estaba a punto de dar a luz por quinta vez. El vikingo procuraba no llamar mucho la atención cuando alguno de los familiares de Tadd hacía acto de presencia, sobre todo porque le ponían sumamente nervioso. Entre lo rápido que hablaban, lo cual dificultaba su comprensión del griego, y su efusividad de querer saber absolutamente todo sobre Astrid y él, Hipo acababa siempre emocionalmente agotado.

—Chico, ¿has terminado con las herramientas de Kokinos? —preguntó Tadd con su carismática frialdad.

—Los tienes en el estante —respondió Hipo mientras cerraba un ojo para calcular la calibración que ese estúpido arpón necesitaba.

Tadd se levantó de su sitio e Hipo aprovechó su distracción para calentar el arpón con sus propias manos. El acero se enrojeció rápido bajo su tacto e Hipo hizo la fuerza justa para ajustar el filo al milímetro. Antes de que Tadd volviera a girarse, Hipo había metido el arpón en el tonel de agua y se concentró en bajar la temperatura de su mano.

—Cuando te marches tienes que pasarte por su casa para hacerle la entrega —dijo Tadd dejando el pedido en la mesa—. No se te ocurra darle nada sin contar el dinero antes, que ese tipo es un rácano. Ya me darás el dinero mañana.

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora