El agua lo sabe todo

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Astrid ya había tenido este sueño antes.

Sólo que ésta vez era diferente.

La voz de la mujer que le cantaba era melódica, suave y triste; igual que la canción, la misma que había escuchado cantar a Kaira Gormdsen meses atrás, aunque seguía sin comprender el idioma. Astrid estaba a gusto y calentita envuelta en una manta de piel de oso, pero el cuerpo de aquella mujer, aún siéndole familiar, le resultaba frío y distante. Se removió inquieta entre sus brazos y la mujer la acunó para que se calmara sin dejar de cantar. Tenía sueño, pero se detuvo a sí misma, intrigada por conocer la dueña de aquella voz.

—Asta, ¿me estás escuchando?

El corazón de Astrid dio un vuelco. La otra voz era también de mujer y le resultaba igual o más familiar que la de la otra que la sujetaba en brazos y que, al parecer, se llamaba Asta. Ésta suspiró y Astrid sintió cómo se movía, probablemente para encararse a la otra mujer.

—Aunque no te lo creas, siempre te escucho —dijo Asta con voz cansada.

—No lo parece —replicó la otra, quien sonaba mucho más joven e irritada—. Esta decisión sólo le pertenece a ella, así que te pediría el favor de que dejaras de ponerme como la mala de este cuento.

Asta chasqueó la lengua.

—Sabes que no podemos esperar tanto —le recordó la mujer volviéndola a mecer en sus brazos—. A Astrid le aguarda una gran misión y es obligatorio bautizarla lo antes posible para que sea bendecida por Freyja y aprenda a controlar su poder.

—¡Por todos los Dioses, si solo es un bebé! —chilló la otra mujer—. ¡No tiene ni dos meses, así que para con esta mierda ya! No voy a someter a mi hija a tus enseñanzas sin que ella haya tomado la decisión antes.

—No puedes ir contra la voluntad de los Dioses, Eyra —dijo Asta con voz amenazante—. Hacemos ésto para protegerla.

—No, Asta, haces esto porque te niegas a aceptar la sangre que también corre por las venas de mi hija —le recriminó Eyra furiosa—. ¿Qué pasará si el don que se le otorga no te gusta? ¿Le harás lo mismo que le hiciste al niño de Valka?

Un silencio grave inundó el ambiente y Astrid no pudo evitar sollozar al sentirse sola sin las voces de las dos mujeres.

—Hipo Haddock es una abominación que nunca debió de existir, jamás pondría a Astrid en su mismo nivel y ambas sabemos que aunque tu sangre corre por sus venas, Astrid ha sido marcada por Freyja.

—Sigue siendo mi hija, Asta —le advirtió Eyra—. Si le haces algo, te juro por Odín que te arrepentirás.

Asta no respondió a su amenaza, aunque la tensión de su cuerpo causó que Astrid terminase rompiendo a llorar. De forma repentina, sintió unos brazos cálidos y reconfortantes apartarla de aquellos tan fríos y tensos, y una voz suave y cálida le susurró palabras de amor que le ayudaron a calmarse. A Astrid le gustaba más esta presencia que la de la otra mujer, le resultaba mucho más agradable.

—Ojalá comprendas algún día que lo único que ambiciono es proteger a Astrid —dijo Asta con tristeza.

—Lo único que quieres es proteger tu legado, Asta —le achacó la mujer con frialdad—. Astrid siempre te ha importado bien poco.

Astrid abrió los ojos de repente.

Se incorporó con rapidez y miró a su alrededor buscando a las dos mujeres que habían estado con ella sólo hacía unos segundos, pero se encontró en aquel oscuro y frío dormitorio perdido en la inmensa caverna que un día fue su hogar. ¿Qué había sido aquel sueño? La conversación se estaba disipando en el fondo de su mente, aunque se había quedado con esos nombres: Asta y... la otra mujer cuyo nombre ya no conseguía recordar. ¿Acaso era Asta Lund la mujer de su sueño? ¿Y quién era la otra? Parecía que estaban hablando de ella, a menos que se estuvieran refiriendo a otra Astrid, pero no conseguía acordarse de los detalles de la conversación. Se frotó los ojos frustrada para despertarse del todo y concentrarse en lo que acababa de soñar.

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