La niña sin estrella (Parte I)

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Aquella noche iba a llover.

Desde que había pasado por el ritual de purificación, la bruja se había vuelto mucho más sensible al clima de lo que había sido nunca. Podía adivinar enseguida el tiempo que iba hacer con tan solo sentir el viento rozar su cara, oler el aroma del aire o pisar la tierra con sus pies desnudos. Le resultaba tan extraño como natural. Comparada con las últimas noches, aquella en concreto estaba siendo más fría de lo habitual y Astrid se había tenido que envolver en una manta para no perder calor corporal tras haberse separado de los cálidos brazos de Hipo.

Era plena madrugada y la bruja esperaba sentada al pie de la escalera de la casa de los Haddock, donde el resto de los miembros de la familia, al igual que la mayor parte de la aldea, dormían profundamente. Sin embargo, Astrid sufría estragos para dormir desde que había hecho el ritual de purificación, quizás porque su cabeza no había dejado de maquinar planes y estrategias desde el instante que se había despertado de la visión de Freyja. No es que se sintiera especialmente cansada, quizás porque cada vez que había una batalla cerca ella estaba tan llena de energía que su cuerpo no le reclamaba el descanso que quizás debería tomar.

Sin embargo, en ese momento había asuntos más importantes que el dormir a pierna suelta.

Iana descendió del cielo con su gracia habitual y sonrió al verla. Llevaba su atuendo de reina y tenía unas ojeras marcadas bajo sus grandes ojos.

—¡Siempre tan puntual! —observó la bruja—. ¿Has podido dormir algo?

—Un par de horas —respondió Astrid levantándose de los escalones de la casa Haddock—. ¿Está todo listo?

Iana asintió con una expresión más seria.

—¿Estás segura de que quieres seguir con esto adelante? —cuestionó la reina—. Ella...

—Necesito hacerlo —le cortó Astrid—. Cuando antes lo haga, mejor será para todos.

—¿Tu dragón...?

—Voy ahora por ella, espérame en la salida de los establos.

Iana emprendió el vuelo y Astrid tomó la ruta que llevaba hacia los establos. Saludó con la cabeza a la guarda que estaba vigilando la entrada, aunque ésta sólo hizo un ligero aspaviento con su barbilla. Astrid bajó las sinuosas escaleras hasta el establo, donde podían escucharse las respiración profundas y ronquidos de los dragones. Tormenta dormitaba junto a Desdentao, quien entreabrió los ojos tan pronto la sintió entrar en el nicho.

¿No es un poco tarde para que te pasees por aquí? —preguntó el Furia Nocturna, aunque parecía una pregunta movida por la curiosidad y no por el reproche.

—Solo vengo a por Tormenta —respondió la bruja en voz baja—. Vuélvete a dormir.

Desdentao miró a la Nadder, quien aún seguía dormida, y estrechó los ojos antes de apoyar su cabeza sobre sus patas.

Echo de menos los vuelos nocturnos.

Astrid sintió el abatimiento en su voz e, inevitablemente, se sentó junto a él para rascar sus escamas. Desdentao movió su cabeza hasta su regazo para darle acceso a las escamas que se encontraban tras sus orejas. Ronroneó contento por el contacto y Astrid posó su mejilla contra su frente ancha y caliente.

—Pronto volverás a volar, Hipo está a punto de terminar tu nueva cola —le prometió la bruja en un susurro.

El dragón contuvo un gemido lastimero.

Solo soy una carga para todos.

—¡No seas bobo! —le regañó Astrid con suavidad—. Jamás serás una carga para nadie. Sabes lo mucho a Hipo que le gustan los retos y él haría lo que fuera por ti.

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