El precio de un ruego

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Valka nunca tuvo grandes expectativas en la vida.

En realidad, era de esas que se conformaban con poco. Aún siendo una cría, nunca había envidiado a las demás niñas por tener vidas más estables que la suya. Es más, ella no hubiera cambiado su vida nómada por nada y su padre nunca había sido un hombre que le gustara afincarse en un solo lugar. Viajaban de un lado a otro, explorando las islas más recónditas del Archipiélago y viviendo al día con los recursos que iban encontrando sobre la marcha. Cada día era una aventura y Valka consideraba que era infinitamente más interesante vivir en constante movimiento que estar estancada en un mismo lugar por el resto de su vida.

Su padre había sido hijo de una bruja. Le llamó Lórien, que en el idioma de las brujas se traducía como «jardín», aunque había sido poco amante de la tierra. Él era un marino que podía escuchar el susurro del viento y el arrullo del agua cuando navegaban en mar abierto, algo muy común entre los hijos de brujas. Valka amaba a su padre con todo su ser, pues aunque era flacucho en comparación al resto de vikingos, era amable, melancólico y un gran contador de historias. Había crecido rodeado de brujas y su conocimiento de las viejas leyendas de la brujería y los vikingos era tan amplio como el más antiguo de los archivos.

Valka nunca había contado con una figura materna en su vida. Es más, por conocer no conocía ni el nombre de su propia madre y no porque su padre no quisiera decírselo, sino porque nunca lo había sabido. Lórien solo había visto a la madre de Valka dos veces: la primera vez, en su corta pero intensa aventura de una noche en la que concibieron a Valka claramente por accidente y, la segunda, cuando apareció diez meses después cargada con ella para cargarle con la responsabilidad de cuidarla. Por supuesto, su padre siempre supo que aquella mujer era una bruja, pero no esperaba que le entregaran a una bebé a la que habían bautizado mucho antes de tiempo. Para aquel entonces, Lórien ya había perdido la pista a su propia madre, por lo que tuvo que arreglárselas solo para criarla, pues para él mismo era impensable abandonar a aquella criatura a su suerte, aún sin tener ni idea de cómo demonios se cuidaba a un bebé. La llamó Valhallarama, como su abuela, aunque ella se presentaría siempre como Valka porque su nombre completo sonaba demasiado pomposo para alguien como ella.

Por suerte para su padre, Valka no tenía especial interés en el estudio de la magia. Al no formar parte de un aquelarre, no podía volar y sus poderes no mostraban ser nada del otro mundo. No por ello la mantuvo ignorante de lo que era y llegó incluso a plantearle si deseaba unirse a algún aquelarre.

—Pero no podré estar contigo —se lamentó la niña cuando se lo propuso.

—No, pero estarás con las de tu especie —argumentó su padre con templanza, aunque Valka dibujó una mueca de desagrado—. La decisión es tuya, pequeña.

Valka, por supuesto, dijo que no. Era incapaz de concebir un mundo en el que no estuviera su padre y ella era tan torpe como él para relacionarse con los demás, por lo que separarse no era una opción. Es más, si no hubiera sido por su padre, habría sido muy probable que Valka jamás hubiera sabido lidiar con las visiones. Se despertaba prácticamente todas las noches llorando, sudando sudor frío y muerta de miedo, sin comprender porque tenía esos sueños tan confusos y aterradores. No eran realmente pesadillas, ni siquiera se sentían como sueños, pues eran tan vívidos que parecían reales y lo peor era cuando, de repente, aquellas visiones se hacían realidad. Valka jamás olvidaría cuando tuvo la visión de un hombre que se resbalaba sobre una superficie llena de escamas de pescado y moría en el acto por el golpe que se daba en la cabeza. Justo dos días después de esa visión, se toparon con ese mismo hombre en un puerto cortando pescado. La niña se acercó a él muy alterada y le dijo:

—Señor, limpie las escamas del suelo, sino se va a morir.

El pescadero, en lugar de mostrarse agradecido por su advertencia, se enfadó tanto por su comentario que la amenazó con su hacha de cortar pescado. Su padre se disculpó de todas las maneras posibles, pero el hombre se había sentido tan amenazado e indignado por el comentario de Valka que los siguió por el puerto hasta que, de repente, resbaló con unas escamas de otro puesto de pescado y se golpeó en la cabeza. Padre e hija observaron horrorizados que el pescadero estaba muerto y no tuvieron otro remedio que marcharse antes de que los señalaran como causantes de tal terrible accidente. Valka se sintió tan culpable por lo sucedido que estuvo llorando y sin dormir durante dos noches seguidas. Desesperado por ayudar a su hija, Lórien buscó por todo el Archipiélago hasta que por fin encontró una bruja en una aldea periférica que pudo resolver sus dudas.

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora