Un trozo de papel

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Brusca llevaba tres días sin ver a Astrid.

Gothi había intentado hablar con su pupila por activa y por pasiva, pero Astrid se había negado a abrir la puerta a nadie excusándose de que estaba enferma. Tanta la galena como Brusca habían intentado forzar la puerta de su cuarto, pero la madera parecía haberse estancado contra el marco y resultaba imposible abrirla. Si Astrid comía, bebía o hacía algo en su habitación, sólo ella debía saberlo.

Además, para el mayor de los colmos, llevaba tres días lloviendo y tronando sin parar, por lo que Brusca se había visto obligada a quedarse en casa la mayor parte del tiempo en casa trabajando con su madre y con el imbécil de su hermano. Cada vez que tenía un rato libre, Brusca acudía a casa de Gothi para ver a Astrid, pese a las insistencias de su madre para que la dejara recuperarse tranquila y se pusiera a coser, dado que los pedidos para la boda se les estaba acumulando y no daban a basto. Sin embargo, la vikinga sentía que su amiga no sufría un simple resfriado, sobre todo porque había coincidido con que Hipo también llevaba sin aparecerse en público desde hacía tres días.

Algo había pasado entre ellos.

Su intestino se lo decía a gritos.

—Oye, ¿qué le pasa a tu primo? —preguntó Brusca a Mocoso una noche mientras cenaban.

—¿A Hipo? ¿Por qué lo preguntas? —cuestionó el vikingo sin comprender su repentina curiosidad por su primo.

—No se le ve desde hace un par de días —respondió ella malhumorada.

—Tal vez sienta que es demasiado superior para juntarse con el resto de los mortales —comentó Patapez de mal humor.

Brusca le tiró un trozo de pan que dio de lleno en su casco.

—¡Deja de ser un rencoroso de mierda! —le recriminó ella con impaciencia—. ¡Cuando quieras te cambio el martillo por la aguja, gilipollas llorón!

—¿Desde cuando sales tú a la defensa de Hipo? —preguntó su hermano arrugando el ceño—. ¿Es que acaso te gusta?

Mocoso casi se atragantó con su vaso de hidromiel y Brusca puso los ojos en blanco.

—¿Tú estás tonto o qué te pasa? —dijo la vikinga furiosa—. ¿Ya no puedo preguntar dónde coño está alguien sin que te inundes de celos como haces siempre? ¡Anda y que os den por culo!

Brusca echó en falta a Astrid durante esos tres días. No podía negar que su amiga era más rara que un perro verde y con muy malas pulgas, pero detrás de esa máscara había una persona honesta, decidida e incluso amable si tenía un buen día. Su conversación era infinitamente más interesante que la de los mendrugos que solían rodearla y era de soltar las verdades a la cara, aunque dolieran más que clavar astillas bajo las uñas.

Además, Astrid había demostrado ser la mejor de las personas. Había arriesgado mucho por ella ayudándola a terminar su embarazo y nunca le había pedido nada a cambio. Cuando Brusca se había quedado embarazada no había tenido a nadie a su alrededor en quien sintiera que podía confiar. Al principio, se autoconvenció que tal vez podría salir adelante sola con el bebé, pero la realidad y la mierda de sociedad en la que vivían no favorecía sus expectativas de vivir como madre soltera. Sus padres seguramente terminarían ayudándola, pero cargarían con una gran vergüenza sobre sus cabezas por su culpa y Brusca no quería que soportaran con la carga de una boca más. En el momento que cayó que estaba embarazada, su relación con Mocoso estaba en un punto en el que él había empezado a tener dudas sobre si seguir adelante con su romance o no. El hecho de que Hipo fuera a casarse pronto le había generado la incertidumbre sobre si debía hacer lo mismo, dado que por línea de sangre el siguiente a la sucesión de la Jefatura sería él. Brusca jamás se había planteado casarse con Mocoso, aunque no había dudas que era un matrimonio más que conveniente para ella y su presencia ya no era tan molesta a cuando tenían quince años. Había química entre ellos, el sexo era bueno y ella podía dar la talla para ser una buena esposa, ya no sólo porque era una de los jinetes de Mema, sino porque podía cumplir perfectamente con sus responsabilidades maritales: sabía coser, cocinar, llevar una casa y había quedado claro que su cuerpo era fértil. Sin embargo, Mocoso jamás se le propuso matrimonio. Es más, empezó a coquetear con otras y aquello la impulsó a cortar por lo sano. No tardó en caer que un Jorgenson jamás se casaría con una Thornston, solo por el mero hecho de que ellos eran nobles y miembros del Consejo, mientras que ella pertenecía a una familia de costureros y jugueteros simples y pobres. Además, no podía soportar que aquella criatura viviera para siempre con la etiqueta de "bastardo" y que, además, jamás llevara el apellido de su padre. Por esa misma razón, y sobre todo impulsada por el miedo, Brusca había decidido que lo mejor sería hacerle desaparecer.

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