Epílogo 2: La hora más oscura

426 34 34
                                    

Londinium apestaba a pis y a excremento variado.

Brusca no comprendía qué demonios hacía allí, pero cuando Astrid le había propuesto una «noche de chicas» sin niñas de por medio, Brusca había esperado que se hubieran empachado a pastel de manzana y a cotillear toda la noche sobre los últimos chascarrillos de sus aquelarres o del reino. Sin embargo, cuando Brusca apareció en Nueva Mema dispuesta a pasar una noche relajante con su mejor amiga, ésta le había dado una muda de ropa que tenía preparada bajo la cama y le había pasado un pergamino con la descripción de un lugar al que necesitaba ir. Hipo pasaría la noche en casa de sus padres con Zephyr, probablemente pensando en que podría darles cierta intimidad, pero Brusca no estaba segura de que Hipo estuviera al tanto de los planes de Astrid, sobre todo cuando descubrió que, mientras Brusca vestía como una campesina, Astrid lucía como una auténtica prostituta. Se había puesto una falda con un corte que llegaba hasta medio muslo y tenía una blusa con corpiño con mostraba su escote de una forma tan vulgar que hasta la propia Brusca sintió sus mejillas arder. El cuerpo de Astrid había cambiado desde que había dado a luz a su hija. Había recuperado su estado físico previo al embarazo y Brusca había admirado la musculatura y la firmeza de cuerpo mientras se estaba vistiendo, aunque ahora contaba con unas caderas y unos muslos más anchos y unos senos más prominentes. Tampoco pasó por alto las rojas e inflamadas ronchas sobre su piel cubierta de cicatrices. Aún así, solo Astrid podía resultar ser una mujer todavía más espectacular aún habiendo dado a luz no hacía ni tres años.

Su amiga tenía una expresión seria, con el ceño ligeramente fruncido, pero tenía la transparente determinación de llevar a cabo lo que fuera que quisiera hacer en Londinium. Aún así, Brusca tuvo que preguntárselo antes de abrir ningún portal:

—¿Piensas ponerle los cuernos a tu marido?

Astrid la contempló como si le hubiera dado una bofetada.

—¿Estás tonta o qué te pasa? No, Brusca, no voy a ponerle los cuernos a mi marido y al padre de mi hija —argumentó la reina indignada cogiendo una daga que ocultó en su bota—. Es solo que necesito ejecutar este plan con mucha discreción y nadie puede enterarse.

Brusca contempló su vestimenta otra vez de arriba abajo, deteniéndose más tiempo de lo debido en sus pechos.

—¿Y me lo vas a contar? —preguntó ella.

—Preferiría que no.

—Pues qué pena, porque si no me lo cuentas no pienso llevarte a ningún lado.

Astrid hizo una mueca, pero al menos se lo contó. En verdad, Brusca no debía haberse sorprendido ante el plan. Sonaba muy propio de la antigua Astrid, cuando era una paria o una aprendiz de galena con muy malos humos a la que no convenía hacer enfadar. En realidad, a día de hoy seguía siendo muy imprudente cabrear a Astrid, sobre todo porque todavía era sobradamente capaz de reventarle la cara sin despeinarse a tipos corpulentos que duplicaban su altura.

Así que Brusca no replicó a su plan, pero sí formuló una última pregunta antes de abrir el portal:

—¿Hipo lo sabe?

—Tal vez se lo haya mencionado alguna vez.

—Y no lo aprueba.

—No.

—¿Y sabe que vas a hacerlo igualmente?

Astrid arrugó la nariz.

—Tú solo cúbreme, ¿vale? Seré rápida y estaremos de vuelta antes de que él se dé cuenta.

Brusca frunció el ceño, pero igualmente abrió el portal al rincón oscuro y apestoso que Astrid describió en el trozo de papel. Tras comprobar que efectivamente estaban en Londinium, Astrid se puso un chal sobre sus hombros para ocultar su aspecto de prostituta y la guió a través de las calles sucias y abarrotadas de borrachos y gente que hablaba una lengua extraña. Brusca había aprendido a protegerse con su magia, pero aún así se sentía a salvo cogiendo la mano de su mejor amiga que la guiaba entre el gentío. Llegaron a lo que parecía un puerto y se ocultaron tras unos toneles junto a un edificio que parecía ser un burdel. Astrid se volvió a ella y la contempló un segundo antes de decir:

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora