Disuelta en el aire

326 25 7
                                    

Brusca Thorston odiaba esperar.

Cuando le tocaba hacerlo, siempre tenía la sensación de que el tiempo pasaba mucho más lento, y no era porque le faltaran tareas con las que entretenerse. Si no estaba en el hospital de campaña, estaba dando apoyo en la cocina o en el cuidado de los dragones, aunque cuando le tocaba vigilar a Gothi y visitar a sus padres se daba cuenta de lo lentas que estaban pasando las horas.

No hacía ni un día que se habían marchado Hipo y Astrid, pero Brusca tenía la impresión de que había pasado una puñetera semana. Astrid le había asegurado que volverían en un par de días, pero estaba segura de que iban a tardar más de lo prometido. Podía sentirlo en su intestino y era un hecho que Hipo y Astrid atraían los problemas allá por donde fueran.

—¿Vas a parar ya con la piernecita? ¡Me estás poniendo de los nervios! —musitó Heather irritada.

Brusca no se había dado cuenta que le había dado por sacudir su pierna para calmarse. Era una mala costumbre que tanto ella como su hermano tenían desde niños, por lo que murmuró una disculpa y siguió comiendo su sopa.

—Relájate —insistió Heather—. No les va a pasar nada.

—¿Por qué estás tan segura?

—Estamos hablando de Astrid —dijo la bruja con aire aburrido—. Tiene más vidas que un puto gato.

—No entiendo por qué se han tenido que ir tan pronto —se quejó Brusca—. Dagur no les va hacer ni caso.

—¿Crees que no se lo he dicho? —replicó Heather—, pero Astrid es más terca que una mula y me temo que el otro es igual o peor que ella.

—Si habrán ido será por algo, ¿no creeis? —dijo Chusco a su lado—. Dadles un voto de fe.

Brusca lanzó a su gemelo una mirada de circunstancias. Últimamente, Chusco se le pegaba a su culo como una lapa y le resultaba demasiado molesto, aunque tampoco parecía ser el de siempre. En los últimos días, su presencia era más bien silenciosa e incluso podía decirse que amable, algo que la inquietaba, puesto que su hermano nunca había sido delicado con ella. Además, le inquietaba que ya no se dirigiera la palabra con Mocoso pese a que los últimos meses habían sido inseparables. Es más, cada vez que se cruzaba con ellos, Mocoso se marchaba a otra parte evadiendo las miradas de furia de su gemelo y las interrogantes de ella. Brusca le preguntó más de una vez si se habían peleado, pero Chusco le respondía siempre con evasivas y muy malhumorado.

—Creo que si hay alguien que ha tenido fe en esos dos he sido yo —le achacó Brusca irritada—, no por ello tengo que compartir que se marchen solos.

—¿Qué íbamos a aportarles? —preguntó su hermano curioso—. Que yo sepa, ninguno de nosotros tres podríamos hacer mucho. Si nos encontráramos con Thuggory o con la Le Fey esa seríamos más un estorbo que otra cosa.

—¡Eso no es verdad! —se defendió Brusca con las mejillas encendidas.

—Brusca, sois dos sacos de huesos humanos, no tendrías ninguna posibilidad —replicó Heather con impaciencia.

Eso era cierto. Ella no tenía nada que hacer frente a Le Fey y la propia Astrid le había asegurado que, al margen de contar con el grimorio que ahora no poseía, ella difícilmente podía hacerle frente a la reina. Aún así, Brusca había visto con sus propios ojos cómo Astrid había hecho sudar la gota gorda a Thuggory en un combate cuerpo a cuerpo y cómo había puesto contra las cuerdas a la propia Le Fey. Estaba convencida de que si alguien podía patearles el culo esa era Astrid, pero aún estaba en proceso de hacérselo ver.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Camicazi acercándose a su mesa cargada con un plato de sopa y otro de guiso de venado.

Heather hizo una mueca de desagrado que a Camicazi claramente molestó, pero la bog-burglar era lo bastante prudente como para no confrontar a la bruja en público.

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora