La Bruja

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No había sido buena idea salir a volar aquella noche.

Es más, había sido una idea terrible, pero Hipo llevaba muy mal el insomnio. Las largas horas en vela, despierto como un búho, mirando el techo mientras escuchaba los estridentes ronquidos de su padre y la profunda respiración de Desdentao le estaban pasando factura. A veces se entretenía dibujando o diseñando alguna optimización para sus inventos o su traje de vuelo, pero la mayoría de las veces se dedicaba a mirar el techo esperanzado de que se dormiría ya sólo por el aburrimiento. Sin embargo, nunca conseguía conciliar el sueño hasta después de entrar el amanecer.

Al principio pensó que el insomnio sería causado por el estrés. Las nuevas responsabilidades adquiridas como heredero de la jefatura, el entrenamiento de los nuevos cadetes de la academia y su trabajo en la herrería no le daban respiro. Había tenido que abandonar su proyecto de crear un mapa detallado que abarcara todo el Archipiélago y, por supuesto, había tenido que restar horas de vuelo con Desdentao, cosa que al dragón no le había hecho ni la más mínima gracia.

Lo peor de todo era que el agotamiento nunca le ayudaba a conciliar el sueño, sino más bien lo contrario. Estaba tan cansado que era incapaz de dormir. Aquello hacía que no sólo fuera menos eficiente en sus labores, sino que ya habían sido dos las ocasiones en las que había estado apunto de caerse en mitad de un vuelo porque se había quedado dormido y había olvidado, como ya era costumbre, enganchar el arnés de la silla a su traje. Su padre se enfureció tanto con él que le había prohibido volar hasta que se arreglara su problema con el insomnio, pero Hipo lo había probado todo: contar Terrores Terribles, infusiones para el sueño de Gothi, ejercicios de meditación...

Todo.

Y, aún así, seguía sin conciliar el sueño.

Aquella noche en particular Hipo sintió que había llegado al límite. Apenas podía respirar del agobio que le invadía entre las cuatro paredes de su habitación. Despertó a Desdentao y éste, de mala gana, aceptó salir a volar. Salieron por la ventana sigilosos, aunque sabían que era difícil despertar a Estoico. Irónicamente, ahora que no debía estar alerta ante la probabilidad de un ataque de dragones, dormía con tal profundidad que ni un huracán podía despertarle.

Se aseguró el arnés para evitar nuevos y posibles accidentes y salieron disparados hacia la noche iluminada por la luna llena. A los pocos minutos de estar en el aire se arrepintió de no haber cogido el casco, ya que el viento de esa noche era tan frío que parecía que le estaban clavando cuchillas en la cara. Sin embargo, la ansiedad había desaparecido. Echaba de menos volar y el silencio de la noche era un alivio para su oídos acostumbrados a quejas y peticiones de sus compatriotas.

—Demos un par de vueltas por la isla, campeón —comentó él sonriente—. No necesitamos ir muy lejos.

Desdentao ronroneó, contento de poder estirar sus alas, aunque fueran a horas intempestivas. No hicieron nada fuera de lo normal para alivio del Furia Nocturna, pues Hipo era consciente de lo mucho que Desdentao odiaba sus experimentos con el traje de vuelo, así que se redujeron a disfrutar de la noche a pesar del frío.

No obstante, había sido una idea terrible salir aquella noche.

Hipo lo supo un rato después, pero cuando la hoguera captó su atención desde una cala al otro extremo de la isla no se lo habría imaginado. Al principio imaginó que sería alguien que se habría perdido en la noche y había acampado a la espera del amanecer, quizás algún pescador de una isla cercana o algún vecino de la aldea que habría marchado a cazar y no hubiera querido aventurarse a volver tan tarde. Aún así, tampoco descartó que pudieran ser invasores o incluso cazadores de dragones. Sin embargo, a medida que se fueron acercando a la cala, Hipo reparó en que la hoguera era anormalmente grande. Si se trataran de enemigos, jamás habrían avivado un fuego tan inmenso que fácilmente podía ser avistado. Aterrizaron en los lindes del bosque y aprovecharon un paraje rocoso para evitar ser vistos desde la playa. Antes de asomarse, Hipo escuchó los tétricos cantos recitados en una lengua extraña que nunca antes había oído.

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