Sacrificar lo imposible (Parte II)

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Hipo Haddock había luchado por Isla Mema en múltiples ocasiones.

La más destacada, por supuesto, fue la aniquilación de la Muerte Roja que había dejado su espalda marcada por sus llamas y se había llevado parte de su pierna. No mucho tiempo después, con solo dieciséis años había liderado un grupo reducido de Jinetes para enfrentarse a enemigos tan temibles como Alvin el Traidor o Dagur el Desquiciado. Habían salido victoriosos de aquellos conflictos, sin apenas bajas o consecuencias notables que arrastrar. Es más, todas las partes habían salido ganando gracias a los tratados que se firmaron para mantener la paz entre las tribus.

Hipo quería pensar que era un hombre de paz y no de guerra, de los que siempre habían preferido llegar a un acuerdo antes que ir la guerra.

Sin embargo, cuando la mensajera bruja de la Reina del Salvaje Oeste llegó con una oferta de paz en el que exigía la entrega de Astrid e Isla Mema y la rendición inmediata de la Resistencia, Hipo fue el que dio el paso enfrente y rasgó el pergamino del tratado de la reina en las narices de la bruja, conteniéndose en hacerlo arder con sus manos delante de todos.

—Dile a tu reina que hoy será el último día que vea la luz del sol —anunció Hipo con mucha calma y tiró los papeles a los pies de la bruja—. No hay paz posible. No vamos a entregar nuestra tierra y a nuestra general a un parásito que ni cuenta con cuerpo propio. Díselo tal cual lo he dicho.

La bruja, claramente una adolescente que había vivido muy pocas guerras, recogió los trozos de pergamino y miró primero a Hipo y seguido a Astrid. La expresión de Astrid era seria y calmada, pero su mirada era intensa y furiosa, lo bastante como para poner nerviosa a la bruja y que saliera huyendo despavorida de allí.

Quince minutos después de aquel encuentro, la Resistencia estaba lista para la batalla. Una treintena de barcos hundidos del antiguo nido de la Muerte Roja salieron del puerto impulsados por las magias de las brujas y comandados por vikingos veteranos en el arte de la guerra naval. Eran pocos barcos en comparación a los centenares de navíos que contaba el enemigo, por esa razón la intervención de los Jinetes de Dragones era clave para destruir el mayor número posible de barcos en el menor tiempo posible. Las brujas, lideradas por Astrid, alzaron el vuelo tras la Nadder cuando de los barcos salieron un grupo enorme de brujas vestidas de negro volando a mucha velocidad en su dirección.

Hipo hizo un gesto con su mano y Desdentao saltó por el precipicio seguido de casi un centenar de dragones para volar rumbo hacia los barcos. Las órdenes que Hipo había dado a los Jinetes eran muy específicas: neutralizar los cañones y destruir los barcos. La mayor parte de la flota de Drago estaba compuesta por esclavos, por lo que Hipo alentó a los Jinetes a evitar el mayor número de bajas posible a menos que sus vidas o la de los dragones corrieran peligro. Se esforzó también en disuadir a los Jinetes sedientos de venganza que estaban dispuestos a lanzarse directamente sobre Drago y Le Fey e insistió en la importancia de enfocarse, primero y ante todo, en neutralizar la flota y en liberar a los dragones de Drago.

La batalla no tardó en tornarse en una carnicería.

Los barcos de Drago parecían estar preparados para enfrentarse a una horda de dragones y no era fácil atacar a los navíos y evadir las redes que lanzaban los cañones al mismo tiempo. Los tramperos se esforzaban especialmente en atraparlos a él y a Desdentao, aunque su mejor amigo volaba más veloz que nunca y esquivaba las trampas a una velocidad vertiginosa. El cielo, que hasta hace un momento estaba claro y azul, no tardó en encapotarse e Hipo pudo sentir la magia de Astrid cernirse sobre sus cabezas. Observó a Tormenta volar a lo lejos a toda velocidad mientras era perseguida por un grupo numeroso de brujas. Hipo sintió su corazón acelerarse del pánico, pero tuvo que contenerse en ir a ayudar a Astrid, consciente de que su novia había sido muy clara la noche anterior respecto a salvarse el uno al otro:

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