El corazón del Archipiélago (Parte III)

305 25 15
                                    

Astrid era de la filosofía de que el miedo era un buen consejero.

Se lo había repetido una y otra vez a sus brujas cuando era general. El miedo despertaba todos los sentidos, les ayudaba a estar más atentas a todo lo que pasaba a su alrededor y las hacía más sensibles ante el peligro. Sus brujas siempre habían pensado que Astrid luchaba sin miedo, pero desconocían que cada vez que tenía que hacer frente a una batalla, sus dedos solían entumecerse ante la desagradable sensación de terror que revolvía hasta su estómago. Drago Bludvist siempre la había aterrorizado, ya no solo porque fuera un cazador de brujas reputado por su salvajismo y odio hacia su especie, sino porque además él atacaba sin miedo, como si no temiera perder su vida cada vez que se enfrentaban. Habían sido pocas las veces que habían luchado cara a cara, pero no cabía duda que Drago era un rival muy complicado contra el que pelear.

Había conseguido huir de todas aquellas ocasiones en las que se habían enfrentado. Unas veces ella había conseguido herirle y otras tantas él la había lesionado. Sin embargo, nunca habían tenido que confrontar en una ocasión en la que Astrid estuviera vinculada con otra persona y ahora eran Hipo y ella contra dos de los hombres más feroces y peligrosos de todo el Archipiélago. Su único consuelo de todo aquello era que Hipo podía más o menos arreglárselas por su cuenta siempre y cuando usara espadas y no los puños.

No obstante, le resultaba muy difícil mantener la concentración en una circunstancia como aquella. Astrid había usado una cantidad importante de su energía mágica para curar a Bocón, quien había conseguido a duras penas sacarlo fuera de peligro de muerte, y había perdido mucho tiempo organizando el caos que se había montado entre la gente de Mema y los prisioneros de Drago. Por suerte —o tal vez por pura desesperación—, contó tanto con los gemelos como con Eret hijo de Eret para encargarse de custodiar a toda esa gente hasta que llegaran Estoico y los refuerzos. Es más, fue muy clara con lo de que no debían atacar bajo ninguna circunstancia hasta que llegara Estoico. Sólo el Jefe podría decididr si todas aquellas personas podrían luchar o no. Por otra parte, Astrid también se aseguró de amenazar a Finn de que si planeaba escapar o hacer alguna tontería, ella misma lo haría trizas con su hacha nueva. Hofferson no estaba contento ni por su amenaza ni por verse forzado a colaborar, pero acató lo que se le dijo y se puso bajo las órdenes de Brusca, a quien claramente le debía la vida por haber sido tan insistente de sacarlo de la prisión.

Tras salir del Archivo y dar la señal a los refuerzos con uno de sus relámpagos, Astrid se dispuso a rescatar a Hipo. Camino al Gran Salón, vio a Dagur todavía peleando como si no hubiera un mañana y cubierto de sangre de los pies a la cabeza. Desde el horizonte se avistaban las primeras luces del amanecer. Fue relativamente fácil entrar en el Gran Salón, sobre todo porque el portón estaba abierto y, por suerte, nadie se percató de su presencia. La ventaja —y también gran desventaja cara al enemigo— del Gran Salón era que el lugar era lo bastante grande como para poder ocultarse en la sombra de sus inmensas columnas. Había soldados de la guardia de Ingrid Gormdsen, al igual que hombres de Drago y un número considerable de Cabezas Cuadradas, pero todo el mundo parecía más concentrado en la conversación entre Thuggory e Hipo que en lo que era en su función de vigilar.

Vikingos, pensó la bruja sin poder evitar poner los ojos en blanco. Si aquella gente estuviera bajo su mando, ya les habría dado a todos una patada en el culo.

Astrid esperó su oportunidad para atacar, justamente cuando Thuggory amenazó a Hipo con matarlo. Se deslizó entre dos guardias que guardaban las columnas del extremo este del Gran Salón y fue tan rápida que ni siquiera les dio tiempo a reaccionar hasta que golpeó a Thuggory con todas sus fuerzas para así obligarlo a soltar a Hipo. La bruja era perfectamente consciente de que Le Fey notaría todo aquello en su propia piel, pero rezó porque la reina tuviera otras cosas más importantes por las que preocuparse también antes de decidirse a socorrer a su siervo más fiel. Astrid enfocó su atención en Drago, quien parecía tan consternado como el resto de los presentes por su repentina aparición. Sin embargo, enseguida se puso a atacar como un loco. Astrid bloqueó su primer ataque con su hacha a la vez que le pidió a Hipo que se preocupara en liberarse a sí mismo y a Desdentao.

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora