Ormr Konungr

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Astrid Hofferson podría haberse enamorado de cualquiera.

Sin embargo, había decidido prendarse por un idiota suicida.

Honestamente, la resurrección no era una experiencia que se la recomendara a nadie, mucho menos debajo del agua. Es más, tenía ganas de dar una patada en el culo a quién hubiera tenido la brillante idea de dejar su cuerpo suspendido en el agua. El vestido que llevaba era ligero, pero le dolía todo el cuerpo y no era capaz de mover los miembros de su cuerpo. Sus pulmones ardían por la falta de oxígeno y sus brazos agonizaban por la fuerza excesiva que estaba empleando para nadar hasta la superficie cargando con Hipo.

¿En serio iban a morir así?

Después de todo el sufrimiento, la agonía y las desdichas que habían sufrido, ¿de verdad iban a morir ahogados?

Astrid estaba empezando a perder la consciencia cuando, de repente, algo frío la sujetó de los brazos y tiró hacia arriba. Dio una fuerte bocanada cuando su cabeza salió por fin a la superficie y se dio cuenta de que habían sido dos mujeres quienes la habían ayudado. Escuchó a alguien dar otra sonara bocanada a poca distancia y Astrid giró la cabeza para encontrarse con Mocoso cargando con Hipo. La joven tenía muchas preguntas, pero ese no era el momento para detenerse a formularlas.

—¡Salgamos del agua ya! —gritó ella desesperada.

Mocoso no titubeó en obedecerla y las dos mujeres —o brujas más bien, las reconoció vagamente de su antiguo aquelarre— la ayudaron a salir puesto que sus movimientos eran todavía muy lentos y agónicos. Sin embargo, una vez fuera del agua, Astrid se arrastró hasta donde estaba tendido el cuerpo de Hipo y actuó con rapidez. Abrió su boca, tapó su nariz y, sin pensárselo dos veces, pegó sus labios contra los suyos y empezó a expulsar aire dentro de Hipo. Realizada dicha acción dos veces y sin obtener resultados, Astrid posó sus manos en su pecho y presionó varias veces para después volver a expulsar aire en su boca hasta que, por fin, el cuerpo de Hipo convulsionó y Astrid se apartó para que pudiera echar todo el agua fuera.

La cosa habría quedado allí si todo hubiera ido según lo previsto. Hipo vomitaría todo el agua, ella le regañaría por haber sido un inconsciente y, seguido, habrían llorado como dos imbéciles antes de besarse como los tontos enamorados que eran. Sin embargo, nada de eso pasó. Astrid reparó al instante que algo malo le pasaba a Hipo, ya que no parecía capaz de respirar bien y un desagradable pitido salía de su pecho.

—Hipo, ¿qué te pasa? —preguntó Astrid alterada.

Hipo, sin embargo, no respondía, parecía más preocupado en no ahogarse aunque ya no quedara agua dentro de él. Hipo se tocó el pecho, como si intentara quitarse algo de él. Astrid lo palpó desesperada y subió su túnica para explorarlo mejor. Posó su cabeza contra su pecho que no paraba de subir y bajar y enseguida se percató de lo que estaba pasando.

Estaba sufriendo un colapso pulmonar.

—¡Necesito ya a una bruja del viento y otra que sepa de magia curativa! —gritó Astrid en pánico.

Hasta ese momento, Astrid había estado ignorando el numeroso grupo de brujas que hacían un corro a su alrededor, expectantes de ver lo que pasaba. Las brujas se miraron entre ellas nerviosas, pero enseguida aparecieron dos chicas muy jóvenes, prácticamente adolescentes, con las que Astrid apenas recordaba haber cruzado palabra en sus tiempos del aquelarre. Sin titubear, Astrid dio sus primeras indicaciones a la bruja del viento, quien era una chica alta y flacucha de cabellos castaños y ojos del color miel.

—Tienes que quitarle el aire que está fuera de sus pulmones —le indicó la joven con premura.

—¿Q-qué? —balbuceó la muchacha nerviosa.

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora